TRAS LA CRISTALERA
El otro día acompañe a una amiga a ver a su madre, me quedé en el coche, y mientras ella entraba, mi mirada se quedó fija en sus ojos tras una gigante cristalera, ella estaba sentada, con su preciosa cara redonda y sus ojos eran como un océano profundo, calmado, en silencio, una mirada maravillosa, llena de vida pero a su vez cansada de vivirla, quité la mirada por respeto, pero me hubiera quedado fija en ella como cuándo veo un paisaje lleno de luz, que bonita mirada, que silencio de palabras, encerrada en su paz, en su arraigo de vida en sus raíces, parecía decirme no tengo nada que decir, ni ya tengo nada que hacer, hasta aquí, ahora solo estar, solo estar, tengo paz, y sus ojos sonreían, mientras los míos se perdían en ellos. Está claro que el cuerpo tiene fuelle para rato, pero la mente necesita un descanso y llega esa hora de la desconexión, de sonreír a tus hijos, de comunicarte como tú quieras, sin necesidad de complacer a nadie, y mientras llegaba su hija a su encuentro, yo deseaba mirarla con toda mi alma, me comunicaba serenidad sin palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario