martes, 27 de abril de 2021

DESPLEGARTE

Los días pasan tranquilos a pesar de lo que perturba,
los sueños y la realidad, lo que ves y lo que has pasado,
lo que crees y lo que has dejado, ya no vuelves para atrás.
Apagas las voces que te hablan, que te dicen que te paran,
absorbes el silencio que te escucha, que te aplaca
 y que  te endulza.
Los días pasan tranquilos a pesar de la penumbra, 
de la luz que te envuelve y cuida, de la oscuridad que te 
oprime y embalsama. De los cerrojos que te oprimen, 
de los ojos que en el desasosiego han aprendido hablar y 
las bocas que en el inmenso ruido han sido obligadas a callar.
Y entre héroes y heroínas, entre un ustedes que nos engloba,
aprendemos a respetar, a tender la mano, ayudamos a cruzar.
Porque entre la vorágine de la paralización, aprendimos a cazar
los momentos que se esfumaban con las prisas desaforadas, 
con el salir y entrar y el dejar de permanecer, 
desplegarte en el recogimiento de un despertar que yace,
 el que hace por ser consciente de los momentos y del presente.



domingo, 11 de abril de 2021

LA CASA DE ENFRENTE

 No recuerdo, cuándo fue la primera vez que vi a Esther columpiándose desde el ventanal del salón, pero a partir de ese momento no dejé de verla nunca. Tenía apenas cuatro años cuándo le pregunté a mi madre quién era esa niña que siempre estaba en el columpio. Su respuesta fue otra pregunta ¿Qué niña?. Ella no la veía, estaba claro que era cosa mía y de nadie más. 

Un día le dije que si podía bajar a jugar al columpio y me dijo que sí. Las palabras tranquilizadoras de la pediatra la relajaron. Cuándo mi madre le contó lo del columpio, Carlota le dijo que era normal que las niñas y niños se hicieran amigos imaginarios. 

Desde arriba mi familia veía como hablaba sola con el columpio de al lado, no sabían que para mí era real, tan real que se volvió imprescindible, siempre bajaba a jugar y hablar con ella. Tenía un precioso pelo oscuro recogido en una coleta despeinada, unos ojos grandes y una mirada penetrante y chispeante igual que sus movimientos. Nos contábamos todo. Ella iba vestida diferente al resto de las niñas, su vestido tenía encajes, lazos y era bastante repujado. Tenía la piel blanca como la nieve y sus manos un poco sucias eran suaves como el terciopelo de los vestidos que mamá me ponía en navidad. 

Me contó que su padre y ella tuvieron un accidente mientras su madre viajaba en el Titanic, un barco que se hundió. Su padre se marchó al cielo pero ella no quiso irse y se quedó esperando a su madre en los columpios. Todos los días su padre la llama ¡Esther!, ¡Esther! y ella va para explicarle que no se irá hasta que aparezca su madre. 

Hablábamos de la escuela, la suya era muy divertida había niños y niñas de todas las edades y se lo pasaban muy bien, aunque la profesora tenía muy mal genio y a veces les azotaba con una regla o les castigaba de rodillas con los brazos extendidos y dos libros que pesaban demasiado, si se les caía les daba un reglazo. ¡Que dolor!, gritaba yo, imaginándome el impacto de la regla de madera .

Había un misterio muy grande en ella, nunca se cambiaba de vestido, ni de peinado, nunca se lavaba las manos y tampoco se ponía enferma. Mientras se columpiaba cantaba siempre una canción muy pegadiza sobre la guerra y el amor, que por lo visto le cantaba su madre y lo curioso es que mi madre me la cantaba también por que a ella se la había cantado siempre mi abuela.

Con ella aprendí a jugar con el viento y las hojas, me gustaba jugar a tensar nuestros brazos y girar a toda velocidad.

Fui creciendo y ella seguía igual, tenía siete años y siempre mantenía esa edad. 

Un día le conté a mamá todo lo que me había contado y se quedó sorprendida. Esa casa perteneció a mi abuela, allí vivía con su marido y su única hija me dijo. Un mes antes de que ocurriera lo del barco en abril de 1912 . Un matrimonio inglés  conocedor de las habilidades de mi abuela cómo modista. había solicitado sus servicios para hacerle una colección de trajes y vestidos ya que se dirigían a Nueva York para participar en un enlace de la alta aristocracia. Ella viajaba con ellos, pero  en un camarote para el servicio. En la madrugada del día 14 de  para el 15 de abril el barco chocó contra un iceberg en el océano atlántico. Fermina que así se llama mi abuela cogió ante la urgencia solo la foto de su marido y su hija de siete años y subió al bote número ocho. Allí fue rescatada. Las paradojas de la vida, quisieron que cuándo volvía hacia España, se enterase del accidente que tuvieron su esposo y su hija al caer por un puente en una embestida por la subida del caudal del río. 

La abuela nunca quiso volver a esa casa. Cuándo viene a comer los domingos llora en la ventana desde la que se ve el columpio. Cuándo te ve a ti hablando abajo se emociona, te ve mucho parecido con la hija que perdió.

¿Y que pasó después?. Pregunté nerviosa. Mi madre me contó que mi abuela conoció a mi abuelo, en el banco, cuándo fue a arreglar todo lo de la herencia de su marido, se hicieron amigos hasta que cinco años después se casaron, se fueron a vivir al otro lado de la ciudad. Me tuvieron a mi y yo muchos años después te tuve a ti. 

¿Mamá, el domingo viene a comer?, podré hablar con ella. ¿podré hacerlo?. Mejor no, respondió mi madre. Ella nunca se recuperó de la perdida y este suceso tan misterioso puede revolverla mucho.

Ese domingo, mi abuela vino a comer y me sentí más cerca que nunca de ella, quería contarle tantas cosas misteriosas que ella podía resolver pero mi madre no me dejaba. 

Esa tarde, bajé a los columpios y estuve con Esther, mi mejor amiga. Lo pasamos genial.  Hablamos y hablamos, reímos  como si no hubiera un mañana.

 De pronto mi madre me llamó, subí a todo correr, me dijo que la abuela se había quedado dormida para siempre. lloré mientras me asomé a ver a mi amiga y la vi de espaldas con mi abuela. Se iban juntas. No hubo más veces, no hubo mas encuentros pero me quedó la paz de haber conseguido terminar uno de los puzles más difíciles que había encarado hasta ahora. La vida y la muerte me sorprendió como nunca nadie lo había hecho y me pregunto: ¿Cómo pude estar en dos mundos ?. Quizás algún día me reuniré con Esther y con mi abuela Fermina. Quizás nunca se marcharon y siguen a mi lado, en silencio. 

A veces veo el columpio moverse y bajo corriendo y me siento al lado. Siento paz, tranquilidad y una serenidad que me da la brisa de ese viento que compartimos durante tantos ratos maravillosos.



sábado, 10 de abril de 2021

EL TREN DE CERCANÍA Y EL DE LARGO RECORRIDO

 Parecía caminar pero no daba ni un solo paso, 

entre la gente se iba quedando atrás, adormecido

por un ritmo al que no se adaptaba, se encontró un amigo banco y se sentó en él. Al principio lo despreció, solo servía para hacerle sentir más inútil, le permitía y le consentía abatirse, recogerse en el camino, quedarse paralizado con el sonido de algunos gritos, taladradoras de las obras de edificios cercanos, los coches pitando, el sonido de las ambulancias, bomberos y policía. Desde ahí miraba los pasos de la gente, rápidos, tirando de la mano de los niños, prisas muchas prisas por llegar, por volver, por coger, por tener, por acumular, por acabar cuánto antes, para seguir haciendo, para seguir dormido hasta volcar y despertar al sueño en una cama que por la mañana el despertador escupe a un nuevo sometimiento y un día, otro y otro más. 

No tengo tiempo se dijo, no tengo suficientes horas, tengo mucho trabajo, no llego a final de mes, no me dan pausas ni respiros. Y lo que veo no me gusta y lo que enciendo me apaga y lo que me apaga me consume. 

Para en ese banco y se da cuenta que respira pero no oxigena, que mira pero no ve, que el sol late pero sus rayos no llegan a calentarle. la vida se cuela por mil agujeros, por cientos de rendijas, por millones de fisuras. 

Siente un nudo en la garganta, otro nudo en el abdomen, siente peso en su cuerpo y un desorden en su cabeza. Decide echarse, alguien se acerca mientras le pregunta si se encuentra bien. Le responde que sí, no tiene fuerza para explicaciones, descansa unos minutos y se pone en pie. Vuelve a la estación de tren, se quedó mirando a cada viajero, sus pasos, sus gestos, su tono de voz. Escuchó los anuncios de las llegadas y salidas de cada tren. Se fue a la ventanilla de billetes y le dijo al vendedor que le diese un billete de tren. ¿A dónde se dirige?. le preguntó. No lo sé le contestó. Deme un billete de tren, da igual dónde sea, pero no me diga el destino por favor. Cuándo se lo dio, leyó Valencia y hacia el andén se dirigió, solo le quedaban cinco minutos.

Se subió al tren, tardó tres horas cuarenta y cinco minutos, bajó y se sentó en otro banco con el desconcierto de no saber que hacer ni dónde ir. Al minuto empezó a andar dirigiéndose a la ciudad de la ciencia y al oceanográfico, allí pasó todo el día, paseó por la ciudad nocturna, disfrutando  de la luz penetrante del mediterráneo, se dio un baño en la playa y acarició el horizonte con sus manos. Al salir dibujó la luna llena con su dedo índice y contó estrellas, tantas que se quedó dormido en la suave arena. 

Se despertó con el canto de un gallo, en su cama, vio las estanterías de su cuarto y el viejo armario que le dio su madre. ¿Había sido un sueño? pensó, se duchó y se vistió rápido, tenía que coger el cercanías para llegar a trabajar. Después de desayunar y coger su mochila y su portátil, corrió hacia la puerta y en la mesa de la entrada encontró un billete de tren  de vuelta de Valencia del día anterior, junto con la entradas del oceanográfico y de la ciudad de la ciencia. 

¿Por qué faltaste ayer a trabajar?, ¿Por qué no avisaste?, le preguntó el jefe, Puso como excusa una subida repentina de fiebre que le tenía cao en la cama.  Pero la realidad solo la sabía su mente, esa que siempre le escondió a su cuerpo lo que pensó, lo que hizo, de que escapó o de quien quiso esconderse.  

Quizás de él mismo.




sábado, 3 de abril de 2021

¡MAMÁ, CÚRAME!

 Se cayó y se miró la rodilla, se asustó al ver que se rasgó la piel y de que brotaban gotitas de sangre muy muy roja. Corrió hacia su madre y le dijo: - ¡mamá, cúrame!. Aquello le dejó una pequeña cicatriz que olvidó sin más. Pasaron los años y hubo más caídas, tatuajes a modo de cicatriz que su cuerpo quiso guardar en su memoria, homenaje a esos momentos en los que aprendió a montar en bicicleta, monopatín y otras hazañas memorables, siempre seguidas de un ¡mamá cúrame!. Ese mamá cúrame era una cura en sí mismo, ahí estaba ella para darle abrazos y besos, arrumacos y carantoñas.

Años después conoció un nuevo dolor, más profundo y desolador. Algo que retumbó no solo en su cuerpo si no en todas sus entrañas. Mamá se marchó al país de nunca jamás, a ese lugar que el visitaba todas las noches en sus sueños, dónde la veía resplandeciente con su cabello largo, ese que él sujetaba con fuerza, cuándo ella lo sostenía en su regazo. Le costó mucho volver, cada mañana al despertar buscaba un nuevo sueño, pero el día pedía paso y tenía que afrontar la realidad de vivir sin ella. Al partir, le dejó en un puerto nuevo, desamparado dónde ya no podría acudir a ella y tendría que buscar el consuelo en su propio pecho, pero el calor nunca fue el mismo.

El desamor de pareja, le abrió el pecho de par en par, su cuerpo convulsionaba de nuevo en la inestabilidad de haberlo perdido todo, se perdió en la batalla del miedo. Esta vez gritó y gritó ¡ Mamá cúrame, mamá cúrame! pero el silencio abría una ventana mayor a la desolación. 

Llegó la noche y el cansancio le sumió en el sueño del país de nunca jamás, borracho de dolor y humedecido por las lágrimas, notó un calor muy agradable que le envolvía, que le mecía, le susurraba te quiero, ten valor, todo pasará. Él se agarraba a su pelo, tan suave y mágico, ese mechón que siempre le daba tanta seguridad. Su madre seguía abrazándolo mientras le decía que descansara, que volvería a ser, a corretear sin miedo a pesar de las heridas. La vida fortalece tu corazón, mientras le susurraba ¡ eres invencible!, puedes con todo.

¡ Mamá, cúrame!... Se quedó profundamente dormido. Al despertar, se dio cuenta de que tenía la mano derecha cerrada con fuerza, al abrirla vio un mechón de pelo, su olor y suavidad no le dejó dudas, era de su madre. La señal de que nunca se había ido. 

¡Mamá, cúrame!...siempre hijo, siempre.



 

CUÁNDO EL ALMA PIDE CALMA

 Cuándo el alma pide calma y desarma la acción, se encierra en la penumbra, se desactiva y se pone en modo avión. 

Cuándo el alma pide sosiego y deja de escuchar, de ver, de oír, de hablar y de tocar. Entonces la mirada se vuelve detrás de los ojos, se envuelve de oscuridad.

Cuándo el alma pide un ¡basta ya!. Basta de lo demasiados y de los insuficientes, basta de los debes, de los atiende. Basta de escucharlo todo, de no callar, de hablar sin reparo y de decir sin más.

Basta de correr con la prisa, de moler el tiempo, de romper las pausas, de malcriar los momentos. De pisar y pisar sin saber qué aplastamos, de agotar los respiros y consumir los suspiros.

Cuándo el alma pide calma , me pierdo en las voces de un desierto interno que recorro sin prisa. Dónde la brisa son susurros de agua salada. Dónde no ando, solo vuelo entre bancos de arena dorada. 

Aquí los pájaros pían canciones de amor y el sol se hermanó con la luna para lucir sin abrasar y rondarte sin perseguirte.

Aquí no duele nada, el dolor camina embriagado por la dicha de tanto amor, ese amor primaveral que florece de todos lados, de cada rincón, de cada emoción.

Que no me llamen, cuándo el alma pide calma. 


Cuándo el alma pide calma, siempre me vengo aquí.