miércoles, 20 de febrero de 2019

EL VESTIDOR DE CUENTOS.

Adela, tenía imaginación desde muy pequeña. Soñaba con dragones, volaba en ellos y viajaba por todo el mundo recorriendo los sitios más hermosos construidos por el hombre y también los caprichos de la naturaleza. Pasaron los años y se ha convertido en una preciosa mujer que dirige una empresa de publicidad muy importante. Es madre de una niña que todos los días sueña junto a ella en un vestidor donde se cuajan las más intrépidas aventuras. Todos los días se meten las dos después de merendar y hacer los deberes. Adela según el cuento lo prepara todo para que se enciendan las sensaciones de Sara, su hija. Hoy toca uno de océanos, ha perfumado el interior con una aroma de mar, en el ordenador suenan los sonidos de los animales, peces que nadan sumergidos a gran profundidad, y enciende un par de focos que dan luz azul para ambientar. Entran en el vestidor y sumergen los pies en unas cubetas de agua que les recubren los tobillos. Adela cierra los ojos no quiere perderse nada, busca la máxima concentración para seguir las palabras de su madre e imaginar todo cuánto cuenta, sin perder ni el más mínimo detalle. Se dan la mano y empieza el cuento. 
Había una vez una madre y una hija como nosotras que decidieron sumergirse en el océano para indagar todo lo que allí se encontrasen, así que las dos se lanzaron y empezaron a caer en lo más profundo, juntas empezaron a nadar y observar todos los pececillos de colores, las plantas y los tonos suaves de un arcoiris que hoy luce en el océano, los colores se difuminan en ondas que se describen por el paso de los peces. Sara llora de emoción y sus lágrimas son su secreto por que su madre no las ve, pero si ve su cara de sorpresa, sus giros queriendo acariciar a todo lo que pasa. De pronto unos peces en la entrada de una gigante cueva gritan que es la hora de la recepción de la reina, deciden entrar, todo el mundo va de gala, unas peces espadas les llaman la atención, les dicen que deben de vestirse para la ocasión, y les pasan a una sala donde las engalanan de doradas, llenas de escamas brillantes, pasan a un salón circular, y aparece la reina, una pulpo con gafas que les empieza a hablar de una carrera trepidante que deben hacer para encontrar el anillo de su octavo tentáculo, ese que le regaló su abuela y que certificaba que era poseedora del trono. Adela y Sara decidieron correr la aventura, y salieron a toda velocidad para recuperar el anillo y devolver la seguridad a la reina. 
Nada más salir se encontraron a Neptuno, rey del mar, llevaba enganchado en su tridente un anillo era el de la reina. Neptuno las invitó a tomar un zumo de piña, en casa de Bob Esponja. Ellas aprovecharon para decirle a Bob que Neptuno tenía el anillo de la reina pulpo. Bob que le conocía muy bien, les dijo que Neptuno dormía de 6 a 8 la siesta y que era el momento ideal para quitarle el anillo. Fue fácil quitárselo al Diós del mar, y devolvérselo a la reina. La reina las nombró invitadas de excelencia para próximos cuentos, cuándo se marchaban apareció Neptuno con su tridente siguiéndolas a toda velocidad. Adela y Sara nadaban todo lo rápido que podían y cuándo estaban a punto de ser alcanzadas, el océano se quedó a oscuras. Neptuno las perdió de vista y Sara abrió los ojos, estaba allí en el vestidor de los sentidos juntas las dos, se abrazaron fuerte. Una auténtica aventura.

martes, 12 de febrero de 2019

LA VIDA ENTRE SILENCIOS Y PALABRAS

¡No se puede dormir peor!, pensó ella como tantas otras que sufren el día a día del cáncer y que tienen que ir a revisión para saber cómo va todo. 
Se puso un café solo de estos que abofetean para despertar cuándo no has dormido porque la preocupación ha aturdido cualquier atisbo de sueño. Toca ducharse y arreglarse para recoger resultados, pasar por un tribunal que te va a condicionar los próximos meses. Nada más entrar mirarás al médico para intentar acertar sin palabras lo que a continuación te va a decir. El tiempo esa mañana parece no tener prisa, parece no pasar, parece que los segundos se te pegan a la piel y ni los temblores del miedo te hacen despegar las horas. 
Llegas pero no sabes como lo has hecho, quizás cogiste el coche o un taxi. Te frenas y lo piensas, sabes que has venido en coche por que tienes las llaves en la mano, las metes en el bolso.
 Esperas en la sala de espera, no cesan tus suspiros, uno detrás de otro, miras el reloj que parece congelado. Al fin cesa la música clásica de fondo que tienen puesta en la consulta y te llaman, ¡es a ti!, aunque desearías que fuera otra persona, desearías que tu vida no hubiera cambiado, desearías no estar ausente de tu presente.
 Te levantas y vas hacia el despacho del médico, intentas adivinar por sus gestos lo que te va a decir. Un saludo recíproco. Te sientas y por fin sentencia,¡ estás bien!, ¡todo correcto!, ¡todo en su sitio!. Lloras y te abrazas a sus palabras como si no hubiera un mañana. Ahora te toca vivir de nuevo y hacer de lo sencillo lo extraordinario.

lunes, 11 de febrero de 2019

LA NUBE DE ELOY

Eloy vivía en una nube muy esponjosa, en ella estaba muy a gusto, allí se respiraba bien no se escuchaba la respiración de nadie, estaba todo insonorizado, desde allí veía pasar a la gente de la calle cuándo cogía el bus del cole. Cuándo llegaba al cole observaba como si de una peli se tratase el murmullo aparente de la entrada al instituto, parecía otra dimensión, esa que nunca traspasó por miedo. La vida le había enseñado a temerla, y miraba con recelo cualquier símbolo de relación, confiar no entraba dentro de su lenguaje. Lo más íntimo y familiar le había traicionado en distintas ocasiones y prefería mirar la vida desde la nube, un sitio muy cómodo donde no era perceptible a los demás, solo al silencio. Ese silencio que le permitía escuchar las batallas que se urdían en su interior.
Era jueves y Eloy recorrió el largo pasillo del instituto hasta llegar al sitio equis donde siempre se sentaba observando el ir y devenir de chavales, el sueño le fue llevando a un viaje muy lejos del suelo, recorrió en su nube muchos kilómetros hasta que su nube se paró encima de un suelo verde iluminado por un arcoíris muy alegre de esos que los niños dibujan siempre para creer en la esperanza, en el juego alegre de la vida. Decidió bajar y de entre los aros de colores salió un Eloy adolescente, caminaba firme y con una sonrisa le agarró de la mano y lo llevó por un camino de árboles distintos, arbustos increíbles, montañas, acariciaban a todos los animales que con ellos se paraban y jugueteaban con ellos. Después Eloy se vio solo y entre los árboles apareció un Eloy adulto con dos niños, le dieron la mano y caminaron. Perplejo no paraba de mirarse en su madurez, como trataba a sus hijos, como les explicaba todo lo que veían, como los besaba y lo divertido que eran los juegos. También desaparecieron y de pronto vio llegar a un Eloy mayor, anciano, viejo caminaba seguro con una anciana al lado, se les veía felices, a veces se besaban, otras iban de la mano y otras se abrazaban. Le miraban con cariño y mucho amor, al despedirse le dieron un abrazo y le dejaron en su nube.
Eloy se despertó, faltaban diez minutos para que empezaran las clases y tocara el timbre, corrió hacia la biblioteca y buscó el camino del arcoíris, buscó los árboles que había visto, buscó las montañas, se aprendió cada uno de los detalles de su sueño, y aprendió a sonreír como lo hacían los niños con su padre, a jugar. a dar la mano y a buscar sin anhelo el paisaje de sus sueños.
70 años después paseaba con su amor por un jardín lleno de sauces, recordando ese sueño del cole, un sueño que marcó su vida para siempre.