lunes, 30 de noviembre de 2020

UNAS NAVIDADES SIN SOL

 Eran las cinco de la madrugada cuando de modo natural abrió los ojos, lo hacía siempre a esa hora.

El silencio inundaba todos los rincones de la casa. Abrió el parque de sus perritos que moviendo cola y orejas le daban los buenos días. Se hizo un té con leche y se sentó en su sofá confortable y mullido, ese sofá se adaptaba a todas las curvas de su viejo cuerpo, le abrazaba de alguna manera, se sentía apretada entre sus reposa brazos acariciada por su tapicería suave y aterciopelada. Se tapó con la manta, mientras los dos canes se metían entre sus piernas, al calor humano y textil. Era un calor reversible y de mucho corazón. Se puso las gafas de ver de cerca para ver los whatsapp, las fotos de su hija y sus nietas que están tan lejos, a miles de kilómetros, a muchas horas de vuelo, de transbordos, de avisos de megafonia para embarcar, una nube de ilusión que se extendía por todo el aeropuerto, silenciada hoy por el Covid, maldito virus.

Mientras llega a las fotos de sus nietas en el perfil de whatsapp de su hija, ve todos los mensajes de feliz navidad de amigos, conocidos, familiares lejanos y personas que con el ardiente deseo de felicitar lo hacen a diestro y siniestro, aunque generalmente el espíritu de la simpatía no les acompañe, es fecha de ablandar el corazón de todos inclusive los torpes vitales, esos que tropiezan con las piedras y se paran a cogerlas para ponértelas en tu camino y sentirse integrados por verte tropezar como ellos.

Llega al perfil de su hija, solo tenía una, esa que llenó sus días desde el momento que supo que estaba embarazada en la primavera del sesenta  siete, deseada y soñada, querida hasta el infinito. En su alma llevaba tatuada a su madre y a su hija. La vida te sorprende y te separa de lo que nunca quisiste que te separase. Una oferta de trabajo ambiciosa se la llevó a los Ángeles. Claudia que así se llama, conoció a Mark un profesor de la Universidad de Santa Barbara y se casaron en el año 2000, después tuvieron a Jane y Winnie de diecinueve y dieciocho años. Desde hace siete años vive allí separada de su marido con la custodia de sus dos hijas. 

Este año serán las primeras navidades sin su hija y nietas, sin el pavo con castañas, ni la sopa de marisco, sin la tarta de chocolate, sin la misa del gallo ni el Belén de la bisabuela Pilar.

Lucía miró las fotos mientras se le caían las lágrimas en la pantalla del móvil, sobre la foto de su hija y sus nietas. Le temblaron las manos, acariciando los rostros más bonitos del universo. Mientras sollozaba, miraba una cocina vacía sin movimiento, una nevera sin aliento. Un año antes estaba todo preparado, engalanado el comedor, y en la cocina olía a sopa de cocido, esa que prepara Lucía para devolver ternura a unos estómagos cansados del estrés de un largo viaje. También mezclado con otros olores procedentes de la maceración, de sazonar, rellenar, endulzar y salar...

Le brillaron los ojos recordando la bienvenida del año pasado, en el aeropuerto. Hacía frío pero el deseo de escuchar que el avión de su familia llegaba y aterrizaba por fin calentaba su corazón, una leña que añoraba, un fuego que estaba por no llegar...hasta cuando? Su imaginación duele ahora más que nunca, ese dolor hace arder unos billetes que convertidos en cenizas no verán la luz ni el calor de un hogar que las reclama a gritos. 

Desea con toda el alma celebrar la vida con su familia, hablar con sus nietas hasta tarde, abrazarlas, besarlas, mirarlas con complicidad y con esa maestría que tiene en cada gesto. Contar anécdotas. Esperar que se duerman y poner los regalos que con tanto mimo siempre ha preparado, lazos y más lazos, tarjetas con corazón y letras salidas de lo más hondo, de lo más profundo de su ser.

Entre lágrimas se ha despertado y sabe que su nochebuena y navidad será mirar el cielo, ese que cruzan cada vez que vienen, ese que las separa y las junta. Sabe que es el mismo cielo que verán su hija y sus nietas cuando por el día y la noche pensando en ella miren por la ventana. Sus miradas y besos traspasarán la videoconferencia, la pantalla. Ni lo más remoto puede cegar el brillo de unos ojos llenos de deseo. A pesar de los pesares, es una abuela y sabe que de su entereza depende la de su familia, por eso sonreirá y aunque no tenga la luz de su familia, ella iluminará el mundo, como toda esa buena gente que pasará estas navidades SOLOS. 

FELIZ NAVIDAD 2020 Y FELIZ AÑO 2021