se sentía muy bien con ellos, y repetía una y otra vez son mágicos, desde que se los puso su madre, todo había cambiado, para ella no era un sencillo detalle, eran sus pies, ahora más divertidos, mágicos que nunca.
Un día se los fue a poner y vio que se le habían roto, y Elena tuvo otras, y luego otras, siempre llevaba zapatos rojos de charol, se sentía genial con ellos y le ayudaba a ser más feliz.
Después de veinticuatro años, hoy trabaja en Madrid, en un despacho de abogados, ella también lo es, y lleva unos preciosos salones rojos, que sólo se quita para ir al gimnasio. Cuándo se sube a sus tacones, recorre todo su cuerpo una energía que le da la seguridad que realmente tiene, pero que necesita recordárselo y así solo tiene que mirar sus tacones para saber que está donde quiere, y que va a por todas en cada uno de sus pasos, de sus juicios y relaciones, por que sonrie y sabe que todas las soluciones están en ella misma, solo mirar hacia abajo y ver como se adelantan cada una de sus pisadas, con sus preciosos tacones rojos de charol.
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