jueves, 16 de febrero de 2017

EL CUENTO DE LAS MERCEDITAS ROJAS




Elena era pequeña, apenas cuatro años, muy tímida, tanto, tanto que no se atrevía a sonreír, hablaba lo imprescindible cuando le preguntaban, y apenas pedía nada, solo observaba. Su cuerpecito se movía en un espacio muy reducido, tenía mucho miedo al espacio, siempre nos preguntamos ¿porqué?. Un día mamá, le compró unas merceditas de charol rojas, y se las puso, ella no podía retirar sus ojos de los zapatitos que llevaba puestos, los miraba con mucha atención y a veces estaba tan ensimismada mirándolas que se chocaba con las paredes, y sonreía, de ninguna manera se las quería quitar ni para dormir, le gustaban tanto, desde que las tenía iba más rápido y pisaba más fuerte, le gustaba ver como sus zapatos se adelantaban a su cuerpo, primero uno y luego otro, y los golpes de sus tacones en el suelo eran música para sus oidos. Estaba tan orgullosa de sus zapatos, ¡eran mágicos!, también en el cole le preguntaban por ellos, ¿dónde te los han comprado? , son preciosos, decían sus compañeras,
se sentía muy bien con ellos, y repetía una y otra vez son mágicos, desde que se los puso su madre, todo había cambiado, para ella no era un sencillo detalle, eran sus pies, ahora más divertidos, mágicos que nunca. 
Un día se los fue a poner y vio que se le habían roto, y Elena tuvo otras, y luego otras, siempre llevaba zapatos rojos de charol, se sentía genial con ellos y le ayudaba a ser más feliz.
Después de veinticuatro años, hoy trabaja en Madrid, en un despacho de abogados, ella también lo es, y lleva unos preciosos salones rojos, que sólo se quita para ir al gimnasio. Cuándo se sube a sus tacones, recorre todo su cuerpo una energía que le da la seguridad que realmente tiene, pero que necesita recordárselo y así solo tiene que mirar sus tacones para saber que está donde quiere, y que va a por todas en cada uno de sus pasos, de sus juicios y relaciones, por que sonrie y sabe que todas las soluciones están en ella misma, solo mirar hacia abajo y ver como se adelantan cada una de sus pisadas, con sus preciosos tacones rojos de charol.





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