domingo, 25 de noviembre de 2018

UN DESIERTO DE PALMERAS.

Las palmeras que nacen en los desiertos se muestran diversas cada una tiene una altura, un grosor, unas ramas, todas son bonitas, no las llamamos de manera diferente por ser distintas, se encuentran cómodas en su entorno y no se las califica con conceptos que les den menos valía o se las encorseta como raras. ¿Por qué lo que no ocurre en un desierto nos ocurre en nuestra sociedad?.
El viernes acudí a un Foro de educación sobre inclusión, y no se paraba de hablar de discapacitados, el concepto en sí determina que discapacitado es el que tiene falta de capacidad para conseguir avanzar dentro de lo que consideramos lo normal. ¿No seremos nosotros los discapacitados, los que no sabemos dar respuesta a una sociedad diversa, donde la naturaleza produce cambios en la generación de individuos y no procuramos que estos se sientan tan integrados como el resto, que no sean mirados de manera diferente por que damos respuesta a cualquier diferencia.
Me preocupa que mis cuatro hijos sean realmente discapacitados y no sean capaz de ver que todos los seres que comprendemos nuestro entorno valemos lo mismo da igual que tengamos una pierna más o menos, que nuestro cerebro comprenda más o menos, que nuestros ojos aprendan gracias a ver o quizás a imaginar, que nuestros desplazamientos se hagan a pie o en silla de ruedas.
Somos una sociedad de discapacitados incapaces de dar respuesta a la diversidad con normalidad, de preparar a nuestros hijos en el amor, en la empatia, en la compasión, en la igualdad desde la diferencia.
No entiendo por que una familia debe sufrir tanto cuando tiene a un hijo que no se considera normal. por que no tiene todos los recursos por humanidad que tenemos el resto, es obligación de todos que todos tengamos derecho a vivir con dignidad y que no sea solo por nuestra capacidad aparente de producir.
Se me cae la cara de verguenza como parte de la sociedad que soy, que a las personas que no se les facilita la vida tengan que pedir caridad, que tengan que suplicar ayuda, recursos e inclusión.
Se me cae la cara de verguenza cuando quieren que incluyamos a base de exclusión, que nos dejemos llevar por lo que viste, por utilizar a los más débiles para limpiarnos un cutis social muy podrido.
Si realmente hubiera emoción, si realmente hubiera humanidad todo esto estaría normalizado de origen y sería frecuente ver a todo tipo de gente en todo tipo de sitios y nuestro hijos no nos preguntarían asustados ¿mamá que le pasa a ese niño?, o ¿que le pasa a ese señor?, entenderían que todos somos producto de la naturaleza y que todos somos iguales, exactamente iguales.desde la diferencia.
No nos llamaría la atención el físico de Stephen Hawking, ni si un síndrome de down que llega hacer una carrera o desempeña cualquier oficio para el que es competente. No debería ser un esfuerzo unicamente del individuo ni desde luego de sus familias si no el esfuerzo sería de todos para todos.
Somos egoistas, profundamente egoistas, y mientras no nos toque a nosotros, bailamos a nuestro ritmo, y el resto que se las apañen como puedan.
No me siento incluida en una sociedad así, aunque pertenezca a ella, quizás mi problema es que realmente soy una discapacitada y cuando escribo me siento bien. Mientras tanto seguiré como muchas otras personas intentando sobrevivir en un desierto donde las dunas son escaleras, y los atardeceres son muros de piedra llenos de musgo donde apenas se adhieren las palabras, que visten que aparentan que dicen pero que no hacen.

UNA BROMITA DE LOS 40 PRINCIPALES.

Sábado 9,45 de la mañana voy en el coche hacia casa de una amiga que vive en Renedo, dispuestas a participar en una de tantas marchas contra la violencia de género, en realidad no sé si sirven para algo, una vez más aparecen los nombres de las muertas en el escenario del punto de partida de la marcha y no entiendo por que no están las fotos de los asesinos, con sus nombres, en fín que no lo entiendo como me pasa con otras cosas. Pero este no es el tema sobre el que yo quería escribir.
Mientras me dirijo a casa de Silvia, voy escuchando la emisora de los cuarenta principales, y por lo visto me dispongo a escuchar una broma. El locutor a propuesta de un oyente empieza la bromita haciendose pasar por el recepcionista de un hotel llamado Sensaciones que llama a la novia del oyente y le dice que tienen en recepción el carnet de identidad de su novio. Le concreta que el sábado de la semana pasada el novio estuvo con una mulata en el hotel, la chica asegura que es imposible ya que su novio estuvo visitando a su madre que estaba enferma, le proporcionan nombre completo e insisten que se hospedó allí. La señora que recibe la broma está desconcertada, irascible, cabreada, indignada, frustrada, dolorida .Durante diez minutos ha sufrido un engaño real, el corazón se le ha puesto a mil por hora, y su vida se ha ido a la mierda. Ella estaba tranquilamente trabajando y el capullo de su novio quería que se sintiese orgullosa de que al final le dijeran que era una broma, que después de tantas mentiras en la relación como de las que le acusaba ella, él era un novio fiel.
Me puede decir alguien cual es la gracia de esta broma, que gracia tiene que una persona durante más de diez minutos piense que al final todas sus sospechas tienen fundamento y el sinverguenza de su novio le ha sido infiel y lo puede corroborar. Sigo sin entender nada y me parece que eso no es una broma es una putada, es un juego de mala sombra, y ni por el de la iniciativa ni por la emisora que lo realizó me parece nada acertado. Creo que igual deben hacer tareílla de reflexión.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL COLE DE DANIEL

Daniel, solo tenía ocho años y ya lidiaba con lo más difícil la soledad, todos los días escuchaba aterrado el timbre de entrada, su abuela María le dejaba en la fila de 3ºA, se sentía muy grande por que era alto, mucho más que sus compañeros de curso, lo que le hacía sentir muy incómodo, desde las alturas observaba todo su alrededor con el miedo aterrador de estorbar, de no pintar nada, de no tener nada que ver con lo que allí ocurría, no sabía donde mirar, le molestaban sus manos y si miraba su pies los veía gigantes, en ellos tropezaban algunos niños y le increpaban por ello, como si lo hubiera hecho a posta. No veía el momento de hacerse mayor, y de no pertenecer a esa clase, a esa edad, a ese colegio. Sufría una angustia que se le metía por los huesos, un miedo que le aterraba por las noches cuando terminaba de cenar y sabía que al irse a la cama se repetiría una y otra vez el viaje en el coche y la temible parada en la puerta del colegio.
Como todos los días Daniel terminó su cena y mientras su abuela acostaba a su hermano pequeño, se metía en la cama y susurrando una melodía se mecía suavemente hasta que sus ojos se iban cerrando y su respiración se hacía lenta, muy lenta. De pronto apareció su abuela como todos los días le despertaba con un beso en la mejilla animándole para que fuera al cole contento, Daniel se agarró fuerte a su abuela, tan fuerte que le costó separararse de ella. Se vistió y se tomó el desayuno. Llegó su tía para cuidar a Martín su hermano y Daniel se montó en el coche con su abuela pero cogieron un camino distinto, Daniel preguntó por qué, pero  María hizo oídos sordos, llegaron a la puerta de un colegio, bájate Martín dijo la abuela, el niño abrió la puerta del coche y empezó a escuchar la melodía con la que se mecía antes de dormir y se sintió bien, salieron unos niños sonrientes a recibirle con los brazos abiertos, Martín miró sus manos y las vio de un tamaño normal, lo mismo hizo cuando observó sus pies, los niños no tropezaban en ellos. Se despidió de su abuela alzando la manita y entró en el cole. Los niños le llevaron a un aula donde se sentaron en corro de la mano. La profesora sonriente dijo que se llamaba Dulce e hizo que se presentaran todos los niños, uno detrás de otro fueron diciendo sus nombres y acto seguido esta frase: tengo un sol dentro de mi y quiero compartirlo con vosotros. Daniel se sintió relajado y tranquilo, estaba felíz, jugó con sus compañeros en el recreo como nunca lo había hecho. Sonó la melodía de nuevo, esa con la que se mecía cada noche y vio a su abuela esperándole en el coche, le dio un beso y no paró de contarle todo lo que habían hecho esa mañana. 
Daniel iba al colegio de siempre por la mañana, allí se encontraba etiquetado, angustiado, bloqueado, miedoso, solo y triste. Pero por la noche cuándo cerraba los ojos se mecía en esa preciosa melodía con la que se dormía y creaba su propio colegio, ese donde el sol lucía en cada uno de sus compañeros y todas las noches le recibían con una preciosa sonrisa y dulce siempre dulce.

lunes, 19 de noviembre de 2018

LA OLA.

Hace tiempo que camino por un puerto al que llegué hace muchos, muchos años embriagada por el hechizo de la química de la atracción y no sé si del amor. Los temporales y las olas me quisieron llevar al fondo del mar y resistí agarrándome a el faro, ese que iluminó de nuevo un camino que inicié con miedos pero con mucha valentía. Esta vez me quité los zapatos, quise sentir el suelo por donde pisaba, y sentir el aire que respiraba, a sabiendas que de nuevo podía venir otro temporal y arrasar el camino resuelto, la meta aún no se vislumbraba entre los mástiles de los numerosos barcos que anclados estaban. De nuevo vino otro temporal que arrasó de nuevo el camino, conseguí agarrarme a unas amarras y dejé que pasara el mal tiempo, con el cuerpo magullado y casi sin aliento, decidí dejar el camino que de nuevo quedó tras la fuerza del agua. 
Entonces me embarqué en un velero y dejé que me meciera el viento, me sentí navegar a la suerte del tiempo, a merced del movimiento de unas olas confiadas, y una corriente que acariciaba y no arrancaba. Entonces sentí frío y calor, sentí miedo y confianza, sentí las caricias del sol en una piel herida y magullada. Me sentí rendida a sus afectos, a sus abrazos, de sentada pasé a tumbada, de despierta a quizás soñaba, que escondida en un hermoso rincón, sumergida en un agua tibia , con los ojos cerrados descansaba del ímpetu de la naturaleza, de la lluvia y las marejadas. Del juego de la vida que arremete y no calla, que te lleva y que te arrastra, que te permite avanzar, que no te deja y que te atrapa. Y tras el paso del tiempo y de tan dura batalla, te dejas llevar sin resistencias, en un silencio profundo de calma, de descanso, de merecido descanso.

lunes, 12 de noviembre de 2018

CABALGANDO.

Corría a toda velocidad, sin ahogarme, cogiendo fuerte las riendas del caballo, la rama de los árboles pasaban por mi campo visual a un ritmo desenfrenado, no sabía si era de día o de noche y tampoco sabía las horas que llevaba encima del animal, solo cabalgaba sin conocimiento, bloqueando las muñecas y sacudiendo con mis piernas su lomo. Mi larga melena golpeaba mi espalda, retumbando en cada impacto.
 A lo lejos un árbol gigante armado de largos brazos venosos, parecían querer atraparme y me abracé a su cuello recostándome sobre él. Me sentí cerca del suelo y del cielo a la vez. Perdí la gargantilla que llevaba, esa que me regaló mi padre y que simbolizaba amor y generosidad, perdón sin rencor, melancolía y nostalgia, lucha y placer.
 las ramas me robaron la capa y me dejaron sin nada, pero no tenía frío, me sentía libre. Los dos nos hicimos uno, nos convertimos en un todo, atrapamos el viento con cada avance y no sufrimos el dolor de perder los momentos, en cada metro vibrábamos de nuevo, despegamos del suelo en una diagonal perfecta, surcando el firmamento, rompimos las barreras de las capas de la tierra. Como dos estrellas fugaces , desintegrándonos por el placer inmenso de la intensidad de vivir sin frenos.

viernes, 2 de noviembre de 2018

LA CASUALIDAD.

La casualidad de que ocurran hechos que no esperas por su poca probabilidad, piensas que son imposibles por que no están dentro de tu marco de acción, pero se cuelan cambiando en un segundo tu futuro más inminente. Has fundido tus reflexiones, tus planes, tu orden porque algo se ha colado en tu vida sin esperarlo. Creemos que preocupándonos tenemos todo controlado pero la vida es un bombo lleno de variables que no dominamos y que nunca controlaremos por eso muchos la consideran un juego, donde solo sobrevive el que sabe adaptarse a los nuevos acontecimientos, resolviendo los problemas de la mejor manera posible. ¿De qué sirve preocuparse con antelación de lo que puede ocurrir si sencillamente el futuro es incierto, y todo puede cambiar, durante ese tiempo de preocupación has perdido toda opción de disfrutar de lo más valioso, por que si estuviéramos en el corredor de la muerte cinco minutos serían muy intensos, sencillamente disfrutando de la poca vida que nos queda. Quizás sería más fácil dejarse llevar por las olas del viento, de los segundos del tiempo, no intentando cambiar nada, por que la corriente cambia a merced de las circunstancias. 
Nunca podremos controlarlo todo, nunca podremos preparar el futuro, solo tenemos la certeza de que ahora, en este instante soy y estoy, y quizás sea suficiente para saborear el presente, hacerlo con cada segundo sin el anhelo de nada más que ser y estar.