lunes, 7 de diciembre de 2020

UN CORAZÓN MARTIR

 No le escuché cuándo me gritaba y suplicaba compasión,

No le dejé expresarse cuándo explotaba dentro de mi

No lo acuné cuando reptaba desangrándose por el dolor

Ni le calmé cuando lloraba sin consuelo agitándose en mi pecho. 

Cerré la puerta de un golpe seco en una súbita apnea que lo colapsó,

Rehuí sus quejas, sus golpes a las rejas que lo encarcelaba sin piedad. 

Tejí capas y capas de aislante acústico para no escucharle,

a pesar de agitarse, retorcerse y bombear con la máxima intensidad

le ignoré, seguí caminando olvidándome de él, escuchaba su voz

distorsionada que se quejaba sin parar, advirtiéndome sin parar. 

Pero mi alma no aceptaba la fragilidad de un órgano tan vulnerable,

le dio la espalda sin piedad y le abandonó cuándo más lo necesitaba. 

la razón se alejó de él. 

Se cansó de sufrir y se dejó llevar por un latido débil y desganado, 

El alma no se apiadó, pero la razón se puso de rodillas sabiendo que 

su existencia dependía de él, pero ya era tarde, estaba cansado, agotado,

desvanecido de tanto luchar. 

Decidió pararse, la razón le suplicó viendo que no había nada que hacer, 

le dio la mano, abandonándose a los designios del corazón 

y pasados unos instantes el corazón de la mano de la razón inició un nuevo latido.

 este marcaría un nuevo destino lleno de fuerza vital.




martes, 1 de diciembre de 2020

EL RÍTMICO PROTOCOLO DE LA EXISTENCIA

 Categóricamente, pormenorizado, sistemáticamente, protocolario, clasificación, metódica y  ajustada.

Ajeno, distante, frío, clasificado, encorsetado, concreto, apuntalado, inmóvil, encapsulado, encasillado.

Rechazado, desubicado, arrinconado, desetiquetado, perdido, despreciado, infravalorado o deshumanizado.

Del suburbio, sin recursos ni armas para defenderse del aturdido desprecio de no pertenecer a nada ni a nadie.

Un ambiente rítmico dónde el tiempo se esfuma a la orden de los miles de relojes, alarmas, campanas, timbres, sirenas que ordenan y maltratan la capacidad del ser humano de detenerse, de huir y recostarse en la reflexión del nada, en la concentración del permanecer, sin ser aturdido por los gritos de las máquinas.

Esas que nos recuerdan lo que tenemos que hacer, y lo que no hemos hecho. Todo en busca de un rendimiento que ahoga como una soga cruzada, que avanza sin lanza pero que apunta sin punta a un corazón social que se funde y se hunde en el querer parar. 

Atropellados, muchos colapsan y mueren en un erte y en un ere de vida que se oculta en la consulta de un médico que manda la calma que no contiene la mente que suma la ruina, que fuma la nicotina del absurdo del burdo mundo de los cobardes que arden en la euforia de lo rutinario, desapercibidos entre un humo que aveces fumo y calo. 

Del que huyo con la meditación que anestesia al amo tirano pensante y materialista que rumia sin freno en busca de algo que calme el ansia de un vacío siniestro que aparece sin parar en un mundo de cuerda que amarra y amodorra.