No podía parar de correr, era de noche, y en la calle estaba sola, el reloj se había parado y no llegaba a ninguna parte, el tiempo no corría, solo yo. Entonces paré en seco y empecé a ver sombras enormes que se iban haciendo pequeñas y desaparecían, y una sirena de ambulancia, pasó a toda velocidad, como un rayo fugaz. Las nubes se cerraron a mi alrededor y me hicieron invisible ante las sombras, quedé muda e inmóvil, miré mi reloj que seguía parado, intenté andar pero no me respondían las piernas, estaban muy pesadas, cerré los ojos y no quise abrirlos más, no me gustaba lo que no veía, ni lo que estaba sintiendo. Pero de pronto algo me destrozó los oídos, era el pitido de un claxon, abrí los ojos y un enorme camión sin conductor, me daba las luces para quitarme de en medio, empecé a correr de nuevo, cada vez más deprisa, y miré el reloj, y ahí estaba de nuevo el tiempo, ese que decidió pasar y contarme que eran las siete de la mañana de un lunes, era hora de ir a trabajar.
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