Encerrada, con miedo a la luz, tras un fin de semana, en el que el viernes cerró los ojos y no abrió hasta el Domingo, cuándo escuchó la llamada de los gorriones, esos a los que por la mañana antes de irse a trabajar, echaba el chusco de pan duro del día anterior, desmigado por el suelo de la terraza.
Abrió la ventana, por primera vez después de tres días, entró aire renovado. Se puso las zapatillas, los gorriones no paraban de piar, sus ojos hinchados apenas le dejaban vislumbrar el trozo de pan duro, que esta vez, tuvo que estampar contra el suelo para hacerlo migas. Allí estaban los gorrioncillos, sin miedo comiendo las migajas que tanto echaban de menos.
Se metió en la cocina y cogió la taza de café que se dejó la mañana del viernes sin acabar, llegaba tarde, y había quedado con él a la salida del trabajo, en el hermoso parque donde se conocieron. El siempre llevaba a Lorenzo su perro, un Collie muy simpático y nervioso color marrón y blanco, la verdad es que se parecían, siempre pensó que los perros se parecen a los dueños, como los niños adoptados se parecen a sus padres biológicos, da igual que sean chinos o Etiopes.
El Viernes, salió con la hora justa de casa, llegó a la oficina y se encontró con un montón de documentación que gestionar, y problemas que zanjar antes de las 2,00 . Y la jefa le dejó una nota en el despacho contundente, Antes de las 2,00. Cuándo llegaron las 12 , bajó a la cafetería
donde siempre iba a comer, y pidió un sandwich se lo subió a la oficina con un café, se lo tomó, mientras terminaba con toda la documentación que debía dejar preparada.
Al fin, las cinco, cerró su despacho y se marchó de la oficina, se metió en su coche y encendió el móvil. Tenía un mensaje, el único y último mensaje de él, que decía:
- No te veré en el parque, lo nuestro no puede seguir, ya no siento lo mismo que antes, siento que nuestra relación está estancada, sin alicientes, y no te veo feliz.
No le pudo responder, y arrancó el coche, se puso a conducir como si estuviera ajena al hecho de hacerlo, llegó a un semáforo en rojo y como si fuera una película en cámara lenta, le vio con otra mujer, riéndose, haciendo arrumacos, besándose, y jugueteando. Parecía que el semáforo nunca se pondría en verde. pero lo hizo. Ella metió primera, y pisó el acelerador, mientras sonreía. Desde pequeña siempre sonreía cuando las cosas no iban bien, era como una traición nerviosa a sus sentimientos. En ese mismo instante, él dejó su mirada clavada en ella, mientras el coche desaparecía.
Llegó a casa y se quitó los tacones, cerró las persianas, y durmió hasta que no le quedó más remedio que abrir los ojos, por el persistente canto de los pájaros, entonces abrió la ventana, y mirando los árboles se estiró, mientras sus pulmones cogían aire renovado.
Entró en la cocina con los ojos hinchados, apenas podía vislumbrar el chusco de pan, que estaba tan duro que estampó contra el suelo de la terraza.
Se sentó con la taza de café del viernes, estaba a medias y se la bebió despacio, mientras miraba a los gorriones en continuos vuelos y aterrizajes, llevándose los cachitos de pan.Se pasó horas mirándolos, y después se fue a dar un paseo, disfrutando de los árboles que dejaba a su paso, de un sol radiante y hermoso que lucía en todo su esplendor, y caminó por la orilla del río mojándose los pies. Pensó que su vida había cambiado, y estaba dispuesta a afrontarlo, así que llegó el lunes, se despertó como siempre, Se puso guapa y llegó al trabajo como todos los días ,con su mejor sonrisa, esa que nunca le abandona, aunque cuándo le preguntan: ¿Que tal, estás?, diga siempre bien y sonría con los ojos tristes. Hasta que como siempre el tiempo le devuelva el brillo que siempre han tenido.
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