El abuelo empujaba el columpio, mientras ella sonreía, tan pequeña, con toda la vida por delante. El la miraba con sus ojos nubosos y se perdía en la claridad de los de ella, cada vez que volvía la cabeza para pedirle:
-¡más fuerte, abu!, ¡más fuerte!.
Esa mirada tan inocente, tan libre, tan limpia, sus ojos no conocían todavía lo que era sufrir.
Le cantaba canciones de la guerra, aquellas que a su vez le cantaba su madre cuando era pequeño.
Allá arribita en aquella montaña, hay una tumba de quién será, será del pobre de mi manolito que fue a la guerra y no sé si volverá...
A su nietecita le encantaba escucharle y le decía:
- Otra vez abu, otra vez.
El abuelo pensaba en las pocas veces que columpió a su hija, siempre tenía justificaciones para no hacerlo, ya lo había hecho su mujer por él. Ahora, ya era tarde para dar marcha atrás, todos los cuentos e historias que le contaba a su nieta y los pocos que le contó a su hija, enfrascado en su vida.
Mientras impulsaba el columpio, y le decía a su nieta:
- Agárrate fuerte, y no te sueltes.
Se acordaba de su difunta mujer, de cuándo la conoció en aquella berbena del pueblo de las fiestas de julio de 1946. El iba con sus amigos, y nada más llegar, se fijó en la chica de blanco, la de los preciosos rizos, la de la silueta llena de curvas, creyó embriagarse con cada una de ellas al mirarla. Y unos preciosos ojos verdes cristalinos transparentes, parecía verse un hermoso fondo marino através de ellos. Ojos que ahora veía en su nieta, y que le recordaba tanto a ella.
Se acordaba de cuándo la sacó a bailar, olvidándose de todo, en aquel baile el tiempo se paró, su pasado se esfumó y su futuro a partir de ahí, solo se escribiría con esa mirada. Una mirada tierna, dulce. Le cogió de la mano y no la soltó hasta que hace dos años ella decidió irse mientras tejía la que sería la última bufanda para él, apenas le quedaban unos puntos para terminarla, cuándo cerró los ojos y se abandonó a la muerte.
Su hija hizo un curso online para terminar la bufanda de su padre y ahora la lleva puesta, con el olor de su madre, ese que desprendían sus manos, esa crema de rosas que se ponía , y que se fundía con su piel. Toda la vida oliéndola con cada caricia, fragancia que aguanta cada uno de los lavados, aunque va perdiendo fuerza, siempre en algún momento vuelve, desde su cuello a su olfato.
y se la quita, para abrazar el pecho de su nieta cuándo se queda dormida en la sillita, A ella le encanta esa bufanda.
A la vuelta de los columpios, mientras se quedaba dormida en el carrito antes de comer, ella le miraba hasta que le podía el sueño, su abuelo le acariciaba los parpados, y ella confiada, se quedaba dormida con la voz grave de su abuelo, para deleitarse en el sueño profundo de las 12 am.
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