Porque siempre te quise. Papá me
hubiera gustado abrazarte más, lo hice pero con mucho miedo. Tu escudo de tío
duro, de ese modelo de hombre que como un trozo de arcilla modelaron, era
aparentemente de acero, nada maleable, tu corazón impedía que volcasen amor y
cariño en ti, por que tus ojos vieron dureza, vieron injusticia, vieron
maltrato y lo convirtieron en actitudes normales de la vida, sé que no supiste
hacerlo mejor, recibiste y diste lo que vieron tus ojos, lo que sintieron tus
manos, y tu corazón, y estaba tan arraigado que para ti era lo correcto, sin
otras posibilidades.
Nunca te quisiste, tú mismo te
maltrataste, fumando de forma empedernida, y ahogando tus miedos en un whisky
sin complejos, pero que corrosivamente mermaba aún más el amor, el respeto
hacia ti mismo. Una fachada dura de una
autoestima camuflada en un porte militar. De hecho te gustaba todo lo
concerniente a la guerra.
Tenías tu salón, era tu trono,
esa habitación humeante, donde dejabas posado el cigarrito, mientras te
encendías otro, viendo cine negro, documentales de guerra y la peli de Blancanieves
y los siete enanitos versión porno. Y allí no entraba nadie, estaba prohibido
entrar, el poco tiempo que te dejaba el trabajo lo invertías allí. Para
criarnos, ya estaba mamá, y jamás sentiste inquietud por nuestras victorias, y
tampoco estuviste en nuestros fracasos.
Pero Papá, yo te quería, te
admiraba, tenía mucho miedo pero sólo conocía un padre, y sé que lo hiciste lo
mejor que pudiste. No fue fácil vivir contigo, con tu mal humor, con tus
vaivenes con el alcohol, con tus preocupaciones, a veces con tu violencia
verbal y otras materializadas, cuándo te quitabas la correa del pantalón para
darnos. Porque no sabías hacerlo con tranquilidad, sin pegar. No sabías hacerlo
con cariño, cuando regañabas estabas huyendo de tus miedos, esos que a su vez
sembró tu padre contigo cuando agarraba tus tirantes de niño travieso a ambos
lados de las patas de una cama y te lanzaba como un tirachinas.
Recuerdo cuándo me dormías en tu
regazo por el pasillo para apuntarte alguna victoria en el hogar, en la
familia. Y cuándo me mirabas dormida, sin creértelo, pensando que esa princesa
era tuya. Pero nunca me dijiste lo que me querías, porque la palabra te quiero
se te anudaba en el estómago, a ti tampoco te la dijeron.
Pero me agarré a lo bueno, a tus
visitas a Madrid, cuándo ibas a comprar mercancía y te desviabas del camino un
montón de kilómetros para ver a tu hija, que estaba estudiando en la facultad, me sacabas a comer a un buen
restaurante. Yo iba a recogerte al hotel y me decías:
-
No te pongas muy llamativa que los de recepción
pensarán que tengo un lío y me lo subo a la habitación.
Y allí iba yo,
toda de leopardo a recogerte, claro está que lo pensaban, y a mí me divertía
mucho, su cara de cabreo cuándo me veía,
a pesar de todo teníamos química, y su sentido del humor por aquel
entonces, lo compartíamos como ninguna pareja de padre e hija, porque aunque
fueron en contados ratos, tenía un humor muy irónico y divertido. Y cuándo se
iba, porque las visitas eran fugaces, me dejaba con ganas de más y me rompía el
corazón.
Se fue hace ya
9 años, y cada vez que me acuesto apago todas las luces de la casa como hace
todo el mundo, y todos los días me encuentro la del pasillo encendida, y es él
lo sé, que quiere que sepa que está conmigo. A veces cuándo voy corriendo por
tramos oigo sus pisadas detrás de mí, noto su presencia, me vuelvo y no hay
nadie, pero sé que es él.
Siempre está
conmigo.
Por eso hoy
Papá, cuándo me levanté y ví la luz del pasillo encendida, decidí encender una
vela por ti, para que sepas que yo quiero tenerte a mi lado siempre, y que
cuándo me muera, pese a todo, me quedo con que lo hiciste lo mejor que pudiste,
y deseo que seas tú el que me de la mano para cruzar la frontera de la vida
hacia la muerte.
Papá, TE
QUIERO.
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