domingo, 19 de marzo de 2017

HOY LA LUZ LA ENCIENDO YO.



Porque siempre te quise. Papá me hubiera gustado abrazarte más, lo hice pero con mucho miedo. Tu escudo de tío duro, de ese modelo de hombre que como un trozo de arcilla modelaron, era aparentemente de acero, nada maleable, tu corazón impedía que volcasen amor y cariño en ti, por que tus ojos vieron dureza, vieron injusticia, vieron maltrato y lo convirtieron en actitudes normales de la vida, sé que no supiste hacerlo mejor, recibiste y diste lo que vieron tus ojos, lo que sintieron tus manos, y tu corazón, y estaba tan arraigado que para ti era lo correcto, sin otras posibilidades.
Nunca te quisiste, tú mismo te maltrataste, fumando de forma empedernida, y ahogando tus miedos en un whisky sin complejos, pero que corrosivamente mermaba aún más el amor, el respeto hacia ti  mismo. Una fachada dura de una autoestima camuflada en un porte militar. De hecho te gustaba todo lo concerniente a la guerra.
Tenías tu salón, era tu trono, esa habitación humeante, donde dejabas posado el cigarrito, mientras te encendías otro, viendo cine negro, documentales de guerra y la peli de Blancanieves y los siete enanitos versión porno. Y allí no entraba nadie, estaba prohibido entrar, el poco tiempo que te dejaba el trabajo lo invertías allí. Para criarnos, ya estaba mamá, y jamás sentiste inquietud por nuestras victorias, y tampoco estuviste en nuestros fracasos.
Pero Papá, yo te quería, te admiraba, tenía mucho miedo pero sólo conocía un padre, y sé que lo hiciste lo mejor que pudiste. No fue fácil vivir contigo, con tu mal humor, con tus vaivenes con el alcohol, con tus preocupaciones, a veces con tu violencia verbal y otras materializadas, cuándo te quitabas la correa del pantalón para darnos. Porque no sabías hacerlo con tranquilidad, sin pegar. No sabías hacerlo con cariño, cuando regañabas estabas huyendo de tus miedos, esos que a su vez sembró tu padre contigo cuando agarraba tus tirantes de niño travieso a ambos lados de las patas de una cama y te lanzaba como un tirachinas.
Recuerdo cuándo me dormías en tu regazo por el pasillo para apuntarte alguna victoria en el hogar, en la familia. Y cuándo me mirabas dormida, sin creértelo, pensando que esa princesa era tuya. Pero nunca me dijiste lo que me querías, porque la palabra te quiero se te anudaba en el estómago, a ti tampoco te la dijeron.
Pero me agarré a lo bueno, a tus visitas a Madrid, cuándo ibas a comprar mercancía y te desviabas del camino un montón de kilómetros para ver a tu hija, que estaba estudiando en  la facultad, me sacabas a comer a un buen restaurante. Yo iba a recogerte al hotel y me decías:
-          No te pongas muy llamativa que los de recepción pensarán que tengo un lío y me lo subo a la habitación.
Y allí iba yo, toda de leopardo a recogerte, claro está que lo pensaban, y a mí me divertía mucho, su cara de cabreo cuándo me veía,  a pesar de todo teníamos química, y su sentido del humor por aquel entonces, lo compartíamos como ninguna pareja de padre e hija, porque aunque fueron en contados ratos, tenía un humor muy irónico y divertido. Y cuándo se iba, porque las visitas eran fugaces, me dejaba con ganas de más y me rompía el corazón.
Se fue hace ya 9 años, y cada vez que me acuesto apago todas las luces de la casa como hace todo el mundo, y todos los días me encuentro la del pasillo encendida, y es él lo sé, que quiere que sepa que está conmigo. A veces cuándo voy corriendo por tramos oigo sus pisadas detrás de mí, noto su presencia, me vuelvo y no hay nadie, pero sé que es él.
Siempre está conmigo.
Por eso hoy Papá, cuándo me levanté y ví la luz del pasillo encendida, decidí encender una vela por ti, para que sepas que yo quiero tenerte a mi lado siempre, y que cuándo me muera, pese a todo, me quedo con que lo hiciste lo mejor que pudiste, y deseo que seas tú el que me de la mano para cruzar la frontera de la vida hacia la muerte.

Papá, TE QUIERO. 


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