Al caer la noche, se oían las chicharras cantar y había un maravilloso olor a galán de noche. El cielo estaba despejado y se veían las estrellas, esas que conociéndolas te indican el norte.
La luna estaba llena e iluminaba la oscuridad con una magia que solo sabe hacerlo ella.
Mirarla era un cocktail de sentimientos, emoción, nostalgia, calma y serenidad. Me tumbé en una butaca con un chal azul como el color del cielo, arropando mis huesudos hombros, me quedé perpleja con su imagen intentando robarle toda la energía que me aportaba. Me dio alas y subí a verla. Cuándo estaba en frente de ella, me dijo que no quería iluminar más la noche, que se iba a jubilar.
El hombre debía estar a oscuras, ya no tenía sentido iluminar la noche, si este no veía lo que pasaba en el mundo, lo que ocurría. Si le daba igual el sufrimiento, la necesidad, el dolor, la injusticia, ¿para qué quería luz?. Era energía malgastada.
La noche endurecía al hombre, le hacía convertirse en una mala bestia, le hacia devorar, acrecentar la gula del poder, se tornaba asalvajado e incluso era capaz de matar. Se volcaba en los vicios camuflado por la falta de luz, se hacía invisible en los actos vandálicos. Todo tenía justificación en la noche. Como decía el novio de Marujita Diaz, Dinio: la noche me confunde, y un hombre confuso como cualquier otro animal es realmente peligroso y muy poco racional. Así la confusión provoca todo tipo de maldades y acciones impulsivas sin reflexión, sin pensar en las consecuencias.
Así que le dije:
- A mi, me hechizas, me conviertes en un ser más soñador, me gustas tanto que intento enlentecer el momento en que te miro, para disfrutarte, y retraso el sueño para admirarte. No te jubiles nunca, no dejes de hacer tu trabajo, siempre habrán personas que con admiración y gratitud esperaran que aparezcas, para contemplarte y enamorarse más aún de la vida.
Ptecioso
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