Nació prematura, a penas pesaba 300 gramos, algo anti natura, inviable hace una década, una fuerte patada agresiva y monstruosa la expulsó de su morada.
Una fuerte sirena, su madre ingresó con una hemorragia. En urgencias a la carrera las llevaron al quirófano, rápidamente anestesia para el dolor psicológico ese que solo se va un rato, pero que vuelve y vuelve durante toda tu vida, el dolor que sufría Estela prometía quedarse para siempre, pasara lo que pasara.
Después de una cesárea sin promesas, sin esperanza, el feto se convirtió en neonato, era una niña, nació muy arrugada, diminuta, cuando el ginecólogo la agarró con sus manos, le recordó cuando hacía prácticas en la facultad con pequeñas ratas que cogían con los cinco dedos, pero con la emoción de que esta vez era un ser humano, increíblemente pequeña. La vieron preciosa, una heroína, a pesar de sus pesares, su corazón latía fuerte y rápido, parecía no querer perderse la vida, parecía querer proteger a su madre, parecía sacar una fuerza sobrehumana y sobrenatural de tan solo 280 gramos.
corrieron para protegerla, meterla en la incubadora, no dio tiempo a más, una carrera que solo dependía de sus ganas de luchar y de vivir.
María tan solo 23 años pertenecía al nuevo grupo de enfermeras incorporadas en la última remesa de contratos laborales en el hospital, no podía evitar la emoción de quien intenta controlar sus miedos, pero se le escapa, una eclosión de dopanina y noradrenalina que seguro le iba a pasar factura, quizás por la falta de hábito en ver aquello que no se espera, para lo que no se está preparada, pero que la vida trae sorpresas que uno no se espera. Aquella tarde entró a trabajar con una hermosa sonrisa, que hacía brillar sus preciosos ojos azules, esos que ahora no podían dejar de llorar, temiendo que fuera un indicio de falta de profesionalidad.
Cuándo el médico le paso a la niña sintió un peso ligero pero el calor de un cuerpo que se ha abierto a la vida, sintió mucha fuerza y aprendió de ella, un cuerpecito que ya daba lecciones de vida.
Dicen los que están en las unidades de neonatos prematuros, que es increíble la fuerza que tienen las niñas para salir adelante, para luchar, para romper con todas las predicciones, armarse de coraje y comerse el mundo, generalmente de la mano de la madre, un tándem que promete acabar con el calvario del maltrato social que sufre la mujer, tratada desde la igualdad y no desde la diferencia.
Y es un tanto por ciento real, son más las niñas prematuras que sobreviven en estas condiciones de lucha por la vida.
Con extremo cuidado metieron a la niña en la incubadora y la llevaron al box. María la miraba con admiración, fue un flechazo la quiso desde el primer momento que la vio, todas las enfermeras la cuidaban con cariño, pero María metía todos los días horas sin mirar el reloj, no iba a dejar que se cansara de luchar y necesitaba darle tiempo a su madre Estela para que se pusiera fuerte y le transmitiera el amor desbordante de una madre, una fuerza que sin duda le ayudaría en la dura batalla de la vida, cuando todo se tuerce desde antes del principio.
Llegó el momento, tres días después Estela estaba preparada para conocer a su hija, llevaba desde las cinco de la mañana sin pegar ojo, en su mente solo estaba su niña.
La policía había ido a verla y tomar le declaración, tranquilizarla, el mal tratador estaba a disposición judicial, imputado por un doble tentado de homicidio.
A las 12 y en una silla de ruedas la recogió un celador que la llevó a la unidad de neonatos, allí la recibió María, le cogió de las manos, y le dijo que era preciosa, una luchadora, que no se asustase, era pequeña, muy pequeña pero su corazón bombeaba como el de una guerrera fuerte y osada que se enfrenta a un difícil combate.
Estela se acercó a la incubadora, abrazó el cristal, la miró con los ojos llenos de lágrimas de emoción, miedo, curiosidad, admiración, alegría y tristeza, un revoltijo que no lograba controlar. Quería abrazarla, arrullarla en su pecho, besar la, tocarla y cogerla pero tenía que esperar. El tiempo debía de correr a su favor y dejarla vivir. A partir de ahora cada instante superado sería un triunfo y no quedaba otra que aprender en cada latido, cada momento, cada avance, cada uno de los gramos ganados y cada una de sus caca era un paso para la vida.
Los padres de otros neonatos tenían curiosidad, algunos intentaban mirar cuando pasaban por el box y la puerta se quedaba entreabierta, suspiraban incrédulos de lo que veían pero eso les daba esperanzas, sus hijos eran prematuros en su mayoría con seis meses de gestación, les fortalecía ver un ser tan pequeño, diminuto, un milagro que hasta ese instante era evidente, pero que nadie cuerdo pondría la mano en el fuego de que sobreviviera.
Cuando iban a ver a sus hijos los veían grandes y les daba mucha esperanza de vida.
María coincidía muchos días con Estela y se hicieron amigas, mientras tanto todo el personal que trabajaba en prematuros tenía fotos de la niña, y habían decidido filmar cada uno de sus días de vida, para que si salía de allí no se le olvidara nunca lo fuerte que había sido, y que su proeza , su fortaleza de vida había ayudado a todo un hospital a no dudar de la esperanza, a no dudar del milagro, a no dudar de la magia.
Así le puso Estela, Magia, la niña de su vida y la de todo un hospital que inaudito asistió al mejor curso de formación de sus existencias, sobre educación emocional.
Magia se marchó del hospital con su madre 130 días después de su nacimiento, fuerte como un roble, con una sabiduría y un saber estar que rompió todos los protocolos del hospital. Entre vítores, globos y serpentinas despidieron a una gran heroína, a la que habían querido y mimado como si les fuera la vida en ello.
Bienvenida a la vida Magia.
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