Eva lo tenía todo y no tenía nada. Notaba presión en el pecho, después de los últimos seis meses, no ha parado de ocurrir le acontecimientos negativos de los que no se ha podido recuperar, el último le pesa como una losa en su estómago y pecho, parece que no hay tregua, quizás un mal de brujas, se siente ahogada y no respira como antes. Es fuerte y sigue andando, sigue trabajando sonriendo cada vez que se cruza con alguien en el curro o por la calle, cree que como aquella leyenda Sofi que leyó un día, Esto también pasará, dicen que los males nunca vienen solos y espera que lo bueno se reparta mejor.
Una tarde de Domingo antes de acostarse dibujó una gran ventana en su habitación y dentro un hermoso jardín con hojas de diferentes tipos de plantas, se imaginó pintarlas de mil colores combinando los verdes, amarillos, naranjas, esas tonalidades que surgen cuando el Dios sol impregna todo con sus rayos, todo se vuelve más lúcido, los pensamientos se tornan casi transparentes, y la energía traspasa tu alma para que camines sin parar hasta que este se vaya, se esconda y descanses tras el esfuerzo. Por eso Eva buscaba la luz, algo que diera fuerzas a un interior que cada vez quedaba más escondido, mas sombrío, más apagado con las decepciones.
Pasaron muchos meses, quizás pasaron varios años, ya no se acordaba de cuándo la dibujó, perfilado un jardín sin color, sin brillo, pero la ventana estaba abierta y cada vez que la miraba visualizaba como entraba y salía el aire, un aire de un jardín en blanco y negro.
Apareció una noticia buena de esas que traen cambios, de esas que encienden proyectos, de esas que ventilan el pensamiento y que le hacen crecer. Llegó a casa y cogió una caja llena de lápices de colores, fue a su habitación y pintó tres hojas tal y como siempre las imaginó, era el principio de una renovación, ahora sí que estaba segura que pintaría el jardín con ilusión, con intuición y con ganas, muchas ganas todas las que había perdido y ahora estaba recuperando.
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