domingo, 21 de julio de 2019

LAS ESTACIONES

Se marchó la pasión de la primavera, ese aire que te invita a vivir renovada,
acariciando el olor de los jazmines, de los almendros, de los cerezos. 
Apareció el verano que te abre la puerta del paraíso del sol,
que te cierra los ojos por su radiante luz, que te quema el pecho y la espalda,
los hombros y las nalgas, esas que quedan descubiertas sin vergüenza.
Ya viene la nostalgia del aire frío y luminoso, ya vienen los naranjas 
esos que anuncian el fuego de las chimeneas, esos que te internan.
Pero hasta que llegan, vienen los paseos que estremecen el alma,
te asientan la mirada, te estabilizan los pasos y te desestabilizan los ánimos.
Germinan los recuerdos de la infancia, de los que están, estuvieron, 
de los que estaban y desaparecieron, de los que se marcharon ,
pero nos dejaron conscientes del eco del universo de los seres de luz.
Cuándo entramos en el invierno, nos cobijamos en lo más interno,
acariciamos nuestras llagas y revisamos nuestros celos, nuestros deseos,
nuestros dolores y nuestros fuegos.
Pasamos del blanco oscuro, de la luz pasional a la luz de la nostalgia, 
de las hojas secas a las doradas, de las verdes a anaranjadas.
Maduramos perdiéndonos en el tiempo, sin reconocer las huellas 
hasta que no llega el sufrimiento. Y de nuevo nos adaptamos a los cambios del terreno.
Volvemos después de las lluvias y de los fríos, las nieblas, la nieve, granizo y las ventiscas
a las caricias del viento, donde brotan los deseos, lo caliente y  lo perverso.

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