jueves, 18 de julio de 2019

FÁTIMA LA HILANDERA (CUENTO SUFI).

En una ciudad del más lejano Oriente vivía una joven llamada Fátima, hija preferida de un próspero hilandero.
Un día su padre le dijo:
- Hija mía, has aprendido el oficio, te has convertido en mi ayudante, por lo tanto quiero que vengas conmigo a una travesía, pues tengo negocios que hacer en las islas del mar Mediterráneo. Tal vez encuentres el amor, te prometas y vivas en paz y armonía.
Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla. El padre hacía sus negocios y Fátima soñaba con el amor.
Pero un día, cuando estaban de camino a Creta, se levantó un fuerte viento y el barco naufragó. Fátima semiconsciente, fue arrojada a una playa cercana a Alejandría. Su padre había muerto, dejándola completamente desamparada.
A partir de entonces su vida pasada le pareció un tenue recuerdo lejano. Estaba completamente exhausta por las experiencia del naufragio, por tantas horas expuesta a las inclemencias del mar...
Mientras vagaba por la arena, una familia de tejedores la encontró, y aunque eran muy pobres la llevaron a su humilde casa y le enseñaron el oficio. De esta sencilla manera, Fátima inició  una segunda vida, y al cabo de unos dos años, habiéndose reconciliado con su suerte, recobró la felicidad.
Una mañana, estando en la playa, una banda de mercaderes de esclavos desembarcó y la secuestraron junto con otras cautivas. Pese a lamentarse amargamente de su suerte, la muchacha no encontró ninguna compasión por parte de ellos, quienes la llevaron a Estambúl, para venderla como esclava.
Por segunda, vez el mundo se le vino abajo.
Uno de aquellos días, apareció en el mercado un hombre que buscaba esclavos para que trabajaran en su aserradero, donde fabricaba mástiles para barcos. Cuando el mercader vio el abatimiento de la infortunada Fátima, decidió comprarla, pensando que, al menos, podría ofrecerle una vida un poco mejor que la que habría de recibir de cualquier otro comprador.
Llevó a Fátima a su hogar con la intención de hacer de ella una sirvienta para su esposa, pero al llegar a su casa se enteró de que había perdido todo su dinero, pues su cargamento más importante había sido capturado y robado por piratas. Entonces comprendió que ya no podría afrontar los gastos que le ocasionaba tener tantos trabajadores, de modo que él, Fátima y su mujer se quedaron solos para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles.
Fátima trabajó duramente por agradecimiento a su patrón que tiempo después le dio la libertad. Gracias a su esmero, ella llegó a ser su ayudante de confianza. Fue así como logró ser relativamente feliz en su tercer oficio.
Un buen día el mercader le dijo:
- Quiero que vayas a Java en calidad de mi agente con un cargamento de mástiles, asegúrate de venderlos con provecho.
La muchacha se puso en camino, pero al pasar frente a las cosas de China, un tifon hizo naufragar la embarcación y una vez más, salvó milagrosamente su vida mientras era arrojada a las playas de un país desconocido.  Otra vez lloró amargamente, pues sentía que en su vida nada sucedía de acuerdo con sus expectativas. Siempre que las cosas parecían andar bien, algo espantoso ocurría malogrando todas sus esperanzas.
- ¿Porqué será, exclamó por tercera vez- que siempre que intento hacer algo se estropea? ¿Por qué me ocurren todas las desgracias a mi?
Pero no hubo respuestas, de manera que se levantó de la arena y caminó tierra adentro. 
En China nadie había oído hablar jamás de Fátima, ni existía persona que supiera acerca de sus problemas. Sin embargo, en uno de aquellos reinos circulaba la leyenda de que un día llegaría allí cierta hermosa mujer extranjera, capaz de enseñar a construir enormes tiendas para sus ejércitos, un arte por entonces muy codiciado.
Al fin de estar seguros de que la esperada extranjera no pasara inadvertida si un día pisaba aquel suelo, el rey solía mandar heraldos a todas las ciudades y aldeas, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada a la corte. Fue precisamente en una de esas ocasiones cuando Fátima, agotada llegó a una ciudad costera de China. La gente del lugar habló con ella por medio de un intérprete, explicándole que tendría que presentarse ante el rey.
- Señora- dijo el rey cuándo Fátima fue llevada al castillo-, ¿sabéis fabricar una tienda capaz de resistir los embates de las campañas de mis ejércitos?
- Creo que sí, dijo Fátima.
Muy pronto, habiendo comprobado la mala calidad de las sogas que poseían, recurrió a sus conocimientos de sus tiempos de hilandera, recogió lino y fabricó las cuerdas. Luego pidió una tela fuerte, y también la juzgo inadecuada para el uso. Entonces, utilizando su experiencia con los tejedores de Alejandría, fabricó una tela resistente para hacer tiendas. Más tarde como había sido enseñada por el fabricante de mástiles de Estambul, hábilmente confeccionó unos sólidos pilares. Al quedar éstos listos, se devanó los sesos recordando todas las tiendas que había visto en sus viajes, entonces consiguió construir la tienda. La más resistente tienda nunca conocida ni fabricada.
Cuando se la mostró al rey, el le ofreció dar cabal cumplimiento a cualquier deseo que ella expresara. Fátima eligió establecerse en China, donde se casó con una príncipe y rodeada por sus hijos, vivió hasta el fin de sus días.
Fué a través de esta aventura como Fátima comprendió que aquello que le había parecido en su momento el final del mundo, una experiencia desagradable, el más grande dolor que había sobre la tierra, resultó ser parte esencial en la elaboración de su felicidad final.
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