lunes, 27 de abril de 2020

EL TECLADO.

Al comenzar a escribir siento que no se me ocurre nada, siento que no puedo contar nada que cualquiera no sepa ya. Entonces pienso para qué hacerlo, no tiene sentido, pero lo hago. No le debo nada a nadie pero lo hago, no sé para qué sirve, pero lo hago. Algo dentro de mi me dice que escriba, que pase de todo, que no espere que me lea nadie pero que lo haga. 
El teclado se deja seducir por mis pulsiones, una energía psíquica que dirige la acción, no se donde va, ni de dónde viene, pero no puedo subestimar al cerebro. El sabe por donde ir, solo me dejo llevar. Como lo hace un velero extasiado por las corrientes de un mar, cuyo fondo permanece relajado, tranquilo, sin percatarse de lo que fuera pueda ocurrir.
Todo ello en el caso de que fuera exista y no sea un sueño de alguien que parece estar despierto, aunque realmente no lo sabe a ciencia cierta. Parece que solo intuyo que ocurren los momentos sin cerciorarme si realmente están pasando. 
Así que ante tanta incertidumbre vital, escribo, pulso, siento y pestañeo sin que realmente sepa que está ocurriendo. 
Quizás tenga que esperar unos segundos y volver a leer lo que escribo, a pesar de mi vergüenza, quizás ya no esté lo que creí escribir y haya un texto que no reconozca. todo está en continuo cambio, como sabré si inmediatamente después de pensarlo y creer escribirlo,  nolo habré cambiado. 
cómo sabré que habrá después, dentro de unos segundos, dentro de unas horas, un día o un mes.
Que importa lo que pase si mis dedos pulsan como poseídos sin querer, dejándose llevar como lo hacen las velas mecidas por un viento embaucador que no pregunta solo se acciona, disfrutando de su poder embriagador, que todo lo mueve, lo danza,  lo magnetiza. 
Da igual cuánto incline el barco, cuantas veces me abandone para volver. Yo seguiré escribiendo hipnotizada con el sonido de un teclado que parece permitir pulsarle, al antojo de una mente que hoy parece estar a la deriva, perdida en el silencio de cada sonido, del tacto de cada vacío,  del aroma de cada inspiro y del viaje del momento, de un pulsar atento que se pierde en el infinito de un instante que ya ha dejado de existir.

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