A tres calles más allá, en un tercero sin ascensor vive Rubén, ha sido bailaor de flamenco y guitarrista, ahora toca desde su ventana todas las tardes, se arranca también con su voz, curtida por los años y su afanoso vicio de fumar, que dejó hace unos diez años. A veces también zapatea. sus vecinos lo vitorean, aunque él solo piensa en la mujer que le ha quitado la pena. Una pena superada, pero una pena. Hace unos siete años perdió al amor de su vida, esa que le dio los momentos que le han forjado en la vida como un verdadero hombre. Con ella maduró y aprendió el significado de un amor incondicional.
Tras sus muerte, Rubén se descubrió como un ser nuevo. Enterró a Elena, pero no sola, él se marchó con ella, se abrazó a ella tanto que se marcharon juntos. El que se quedó en el mundo físico, era ya otro, un Rubén nuevo. Emprendió nuevos caminos entre otros aprender nuevas tecnologías, que a sus ochenta años era un verdadero reto. También se inició en el aprendizaje de inglés, viendo películas subtituladas. al cabo de un año, se dio cuenta que había hecho oído, cuándo unos giris le pararon por la calle y supo indicarles como llegar al puerto, algo impensable hace unos meses. La tercera actividad que emprendió fue la de los bailes de salón. Los viernes se ponía su traje de galán con sus zapatos de charol inmaculados y su corbata roja.
El segundo viernes de baile apareció el ser más bonito del universo. Una preciosa mujer, llena de bucles llevados con unas brillantes horquillas a un lado de su cabeza. Un elegante vestido negro con encaje y uno increíbles zapatos de salón con hebillas de eswaroskky. No hubo tiempo para decidir nada, estaba todo dicho, sus manos se entrelazaron para empezar a bailar y ya, no dejarlo de hacer Hasta hace unas semanas. Ellos viven el amor con la misma ilusión que el primero, porque el amor nunca es igual, siempre es distinto.
Los dos octogenarios, los dos bellísimos, los dos ilusionadísimos. Uno vive a tres calles más allá que el otro. Ahora sin verse por el confinamiento. Pero todos los días se llaman hablan se abrazan y besan con sus palabras y Rubén pone el manos libres mientras toca la guitarra, canta y baila desde su balcón. Los vecinos le vitorean y el lo agradece mientras su pensamiento y su arte va para ella. Con la que volverá a bailar, cuando todo pase.
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