jueves, 30 de abril de 2020

EL CUENTO DE LA ILUSIÓN

La ilusión, iba a clase sumergida en una sudadera de algodón auténtica, de las de cien por cien.
No tenía miedo al miedo, pero la prisa le hacía mucho daño todos los días. Siempre que la ilusión levantaba la mano en clase la prisa se adelantaba y alzaba la voz, además le empujaba en la fila e incluso le arrebataba el bocadillo, y si había algún día que la prisa no tenía hambre se lo tiraba y lo pisaba delante de ella.
La prisa se había obsesionado tanto con la ilusión que la esperaba todos los días a la puerta de su casa para atormentarla hasta la entrada del instituto para después seguir por los pasillos y también dentro del aula. 
Nadie reparó en la tortura que estaba sufriendo la ilusión, languidecía cada día, sus pulmones se hicieron cada vez más pequeños, cada minuto que pasaba necesitaba menos aire para llenarlos, y empezó a palidecer, hasta que los padres de la ilusión llamaron al instituto y dijeron que estaba enferma y no sabían cuanto iba a durar su malestar.
Mientras la ilusión intentaba recuperarse de un dolor fuerte que le inundaba el alma y los pulmones.
A todos nos sorprendió un virus, menos corrosivo que la prisa aunque más letal a corto plazo. El instituto se cerró y todos los establecimientos también para preservarnos del mal. 
La ilusión se fue recuperando en casa con los mimos y besos de su familia y de muchos amigos que la llamaban. 
Sin embargo la ilusión se enteró por el grupo de whatsapp de clase, que la prisa estaba muy enferma, el virus se había encerrado en sus pulmones y ya casi ni hablaba. La ilusión llamó a la prisa y le preguntó que tal estaba, la prisa casi sin poder hablar y con una fuerte respiración se puso a llorar, le emocionó que a la compañera que había maltratado, ahora se interesase por ella. 
Después le comento a duras penas que estaba harto de estar a oscuras, en una cama, sabía que se estaba muriendo. La ilusión le dijo que le pidiese a sus padres que sacaran la cama fuera o la pusieran lo más cerca que pudieran de una ventana para que tuviera ilusión de ver salir el sol todos los días, de ver la luna todas las noches, de escuchar y ver volar a los pájaros, de ver salir el arcoiris, de admirar los árboles, su diversidad y enormes ramas como brazos abiertos al amor.
Así lo hicieron, pasó el tiempo y la ilusión más ilusionada que nunca salió a la calle a dar un paseo. Allí estaba la prisa esperando. Se marcharon juntas hablando sin tanta prisa y con muchísima ilusión. Disfrutando del paisaje, de las personas con las que se cruzaban, dejando todo atrás para afrontar cada nueva escena que se presentaba con ilusión...y sin tanta prisa.



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