viernes, 5 de enero de 2018

VEINTE


Era 1990 un año lleno de retos para mi, me fuí a prepararme las pruebas de acceso a INEF, era muy díficil entrar por aquel entonces, ya que a penas habían tres facultades en toda España y la demanda era masiva 1800 aspirantes para  tan solo 130 plazas, había que entrenarse duramente y además tocaba subir la nota de selectividad.
Había pasado de vivir en mi ciudad pequeña y familiar a la gran capital, de estar  entrenando y corriendo en un club pequeño a matricularme en una academia de formación y entrenamiento con aspirantes  de diferentes comunidades autónomas con la misma aspiración, conseguir una plaza para estudiar lo que más nos gustaba,  la actividad física y deportiva.
Había vuelto  por semana santa ,tenía ganas de ver a mi familia y de reunirme con mis amigas, algunas ya trabajaban por esa época y otras estudiaban carreras universitarias que habían en esta  ciudad, como magisterio y enfermería.
Recuerdo que lo de salir por la noche no me gustaba mucho, siempre era el mismo rollo, pero tocaba ver a las amigas y reirnos un rato.
Quedamos, esa noche habíamos pasado de un pub a otro charlando y bailando . Era sobre la 1'00 de la madrugada y nos fuimos a una discoteca de moda, llena de gente.
Estaba bebiéndome una copa de whisky con hielo, nunca me gustó el alcohol y era lo que pedía siempre convencida de que era lo único que podría tolerar ya que mi padre lo bebía como agua desde mucho antes que naciera, ya lo llevaba en la sangre o eso pensaba. Levanté la mirada de mi copa mientras hablaba con ellas y apareció Él, era todo de una pieza, ojos marrones como los del ambar, brillaban de modo increíble, eran profundos y penetrantes, ¡ojos moros!. No sé como ocurrió, no sé quien se acercó primero, eso no lo recuerdo. Era alto, muy esbelto, atlético, atractivo, guapísimo.
Todo en su justa medida para mis ojos, para mis oidos, para mis manos, nos acercamos cada vez más y bailamos la mítica canción de amor de Glenn Medeiros, Nothing for a change my love for you, seguimos juntos toda la noche, desaparecieron mis amigas de mi foco de atención y disfruté de su voz, de sus manos, de su mirada y de sus susurros.
Sé que me acompañó a casa, nos despedimos con un beso de esos que ya no se llevan, de esos que te alimentan durante años un recuerdo muy romántico de una noche mágica.
Al día siguiente partía para Madrid e hice todo el viaje recordándole, cada segundo desde que nuestras miradas se cruzaron, rememoré cada momento una y otra vez.
Pasaron tres años en los que no supe nada de él, y un día que volvía de la facultad, en un paso de peatones nos cruzamos, me giré, como él también lo hizo, hablamos, había venido a Madrid a hacer un curso ya no me acuerdo de qué, y quedamos para el sábado.
Llegó el día y estuve pensando que me ponía hasta acabar con unos levis y una camiseta básica blanca. Con él, no importaba la ropa, solo éramos ojos de deseo para disfrutarnos, la noche fue preciosa, hablando en un pub, comiéndonos a besos.
Al día siguiente sé que nos pensamos, sé que nos añoramos, pero no nos llamamos, no sé por qué desapareció de mi vida, dicen que todo lo  que aparece rápido e intenso se desvanece con la misma intensidad, pero no es cierto han pasado más de veinte años y me acuerdo de Él como si fuera ayer, toda la vida me acompañaron las sensaciones y las emociones de sus encuentros, medio moro por parte de padre, medio cristiano por parte de madre, nunca más lo volví a ver, no he vuelto a saber nada de él, he preguntado pero no he conseguido saber que camino siguió, donde fue, si se enamoró o tuvo hijos.
Lo que si sé es que siempre mantuve su  maravilloso recuerdo, por que fue precioso mientras duró, mientras estuvo, la pasión inocente con la que vivimos la experiencia, una de esas que son inolvidables.




No hay comentarios:

Publicar un comentario