sábado, 13 de enero de 2018

IMMNANUELLE KANT



Este profe que nació en el siglo XVIII, era un maniático del reloj, tenía planeado cada segundo de su vida, y no podía llegar tarde a ningún sitio, tanto era así, que un día de lluvia dirigiéndose a la universidad para dar una de sus maravillosas clases, se quedó uno de sus pies enganchado al barro, y no lo dudó ni un instante, se marchó descalzo, para él primaba la puntualidad, el tiempo marcaba toda su existencia, y esto condicionaba a todo su alrededor que tenían que tener el reloj con la hora exacta, así lo hacían sus alumnos, sabían que para que les fuera bien en sus clases era requisito fundamental.
Era una persona sociable y recibía visitas en su casa, pero su tiempo estaba organizado al milímetro, si le tocaba cenar o acostarse lo hacía independientemente de que hubieran visitas, no se casó, ya lo había hecho con el tiempo.
Por la tarde durante diez minutos y siempre a la misma hora se sentaba en una silla en frente a su ventana, desde allí miraba el cielo y a veces las estrellas. Pero la casa a la que daba su ventana, fue vendida a un señor que plantó árboles, estos crecieron tanto que cubrieron la ventana de Kant, y dejó de ver el cielo y las estrellas. 
Kant empezó a enfermar, los médicos no sabían lo que tenían, le exploraron profundamente, exámenes médicos, pruebas... pero nada, seguía triste, melancólico y depresivo. 
Un día su mayordomo habló con los doctores y les dijo, yo creo que el problema de Immanuelle es que no ve el cielo por los árboles del vecino. Entonces decidieron hablar con el vecino y este los cortó. Kant empezó a mejorar, volvió a recobrar esa fuerza que le faltaba y que las ramas de aquellos árboles que le cegaban con sus ramas le habían quitado.



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