martes, 9 de enero de 2018

LA MARI.

La Mari, tiene 85 años, y una hiperactividad de flipar, no para quieta, va corriendo de oferta en oferta, lidl, día, carrefour... siempre por el 3x2, es de la guerra civil, y de la posguerra, pasó mucha hambre y entre sus neuronas, unos axones que transmiten continuamente la información de que la despensa tiene que estar a tope, hambre nunca más. En su  congelador no hay cabida para nada más y por si acaso tiene  otro en el trastero de gran tamaño, siempre soñó con cargarse a su marido y congelar  lo y mantenerlo en  el fondo del aparato, pero le sobrevino un cáncer que terminó con el Emiliano.
En fín tenía la inquietud de que nunca le faltase nada,  por si viene alguien, por si el estrecho se pone bravo y  se queda aislada de la península o de si hay un ataque nuclear o de cualquier tipo, siempre habrá comida que llevarse a la boca, es una necesidad y  ¡no hay más que hablar!.

Ha sido una mujer de bandera, de esas cuyas curvas te llevaban al paraíso. Llegó a Ceuta para acompañar a una de sus hermanas que se echó novio en Ceuta, y conoció a Emiliano, le prometió el oro y el moro, pero todos los hombres son iguales, le salió mujeriego, cazador de perdices, de jabalíes, y sobre todo de conejos, esos  que a la Mari le produjeron picores en los bajos, y de los que se sentía ruborizada cuándo iba al gine y le decía que era por transmisión sexual, ¡Que verguenza!, y para sus adentros pensaba ¡santo hijo de puta!. La pomada que le recomendó la farmacéutica de su barrio no necesitaba receta pero eso no le servía, esto no eran hongos, eran bichos asquerosos que gratuitamente se los pegó su marido después de pagar caro que se lo contagiasen.

Menudo negocio hizo casándose por amor, él nunca apreció lo que tenía en casa, y ella harta se cerró en banda, pero ya era tarde le hizo seis hijos que ella crió sola, sin apoyo sin estima, sin descanso, recibiendo de él despecho por ser una madre entregada, por no saber recuperarse de cada parto, por no tener tiempo de arreglarse, y por no querer echar polvos cansada, imaginándose que estaba con otro, con alguien que le aprecia, que la quería, y que la deseaba y no  para desahogar, si no por que la amaba de verdad, como esos príncipes que protagonizaban los cuentos que le contaba de chica su vecina Loli, cuando su madre no estaba y era ella quién la acostaba, con esa dulce voz que parecía que tenía música, ¡que decepción!.
La historia sigue...

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