Hoy sales a cenar, has quedado con una amiga y vas a
celebrar que es sábado, llevas toda la semana corriendo de un sitio para otro
llevando y trayendo a tus hijos, comiendo en el coche mientras vas y vienes,
haciendo comida, desayuno, meriendas y cenas, un acabose que aunque te sepa
fatal por que los quieres con toda el alma, cuando se van con el padre,
empiezas a saber lo que es un día de descanso, aunque todo es mentalizarte y
has estado años sin ese descanso durante años y sin importarte.
Te arreglas despacito, como dice la canción de Luis Fonsi,
que parece un virus que te persigue por todos lados. Y por supuesto sales
arreglada armada hasta los dientes no te falta de nada, llegas al restaurante y
esperas no tener que decidir ni lo que vas a cenar, ya que para eso está el
camarero, un oficial de primera que te traerá algo buenísimo.
Pero la noche se empezó a enturbiar. En la mesa de al lado
un matrimonio, o pareja de hecho con su bebé. Hacen bien saliendo pero el bebé
promete darnos la cena. Así que desde el minuto dos que empezó a llorar no paró,
estuve a punto de sacarle del carro para menearlo y dormirlo, no dejaban de ser
primerizos, y luego de cuatro sabes dónde apretar para que tire esos
angustiosos gases, que le están doliendo y a los que estábamos allí nos produjo
el enorme deseo de que fuera lunes, y no estar derrochando una noche de sábado con
un bebé, que no paraba de gritar. Recuerdo que con el primero hice de todo,
y no paró de llorar hasta que hizo los dos años, hubiera comprado un arnés, para lanzarlo por la ventana un rato, y poder descansar. Ahora tiene quince y no llora
él, lloro yo de ver que la adolescencia solo acaba de empezar y vuelvo a la idea del arnés, en esta sociedad la fase puberal la
eternizamos, con lo fácil que es hacer lo que hacen en tribus de Africa,
ponerles un león detrás y que espabilen. Porque sabios ellos, eso es lo que se
van a encontrar en la sociedad una pila de
leones, y lagartonas. Fieras que le van a regalar el oído, para en un
momento dado bajarle el sistema inmunológico, morderle y dejarle medio muerto,
y allí estará su madre para que espabile, y se haga con una escucha selectiva.
Hijo, todo no vale.
La pareja compartió esa cena con todos, y en ningún momento
hizo ademán de irse. Así que nosostras no llegamos al postre, la cena tampoco la
habíamos digerido muy bien, el llanto nos había acelerado el metabolismo, nos
levantamos y cuando nos metimos en el coche el bebé se cayó, nunca sabremos si el silenció de su llanto fue por propio deseo, o la madre le estampó contra el suelo, al
día siguiente no miré las noticias de Torrelavega, no quise saber más por si acaso. Al oir el silencio, ese que nos hubiera encantado encontrar mientras cenábamos le
dedicamos un insulto impulsivo ,un improperio no apto para su edad, ¡Será hijo
puta!, pero cuando nos metimos en el coche con la ausencia de todo ruido y los árboles que
nos rodeaban, supimos que nuestro momento había llegado, aprovechamos para disfrutarlo, inspiramos todo el aire puro que pudimos ya no estábamos
en edad de cría y éramos libres, nuestros hijos ya no eran tan dependientes, y
sabíamos que al contrario que a esos padres con bebé, que estaban cansados,
estresados, y que no habían disfrutado de su cena, tampoco lo harían por la
noche. Y nosotras teníamos toda la noche por delante, para disfrutarla
despacito como dice la canción de Luis Fonsi, que parece un virus y te persigue
por todos lados.
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