Ernestino ya estaba jubilado y vivía sólo, todas las mañanas
hacía su recorrido habitual y siempre entraba en la farmacia de las chicas de
oro, tres señoras entre ellas la farmacéutica que sobrepasaban los 60, pero que
seguían en el negocio con ilusión y ganas, la clientela diaria del barrio se
había convertido en gente de su vida, con ellos soltaban el chiste mañanero y
opinaban sobre las noticias y el condenado tiempo, que si hace mucho calor, o
demasiado frio, que si una ya no sabe que ponerse, tópicos que se debían más al
sobrepeso de la edad que al tiempo, pero el caso era decir algo, y sonreír, a
pesar de que sabían que la farmacia tenía efectos paliativos contra el dolor
físico de los achaques, y también psicológico contra la soledad.
Ernestino iba a tomarse la pastilla de la tensión era la
manera de que no se le olvidase, ellas se la daban y acto seguido iba a tomar
el descafeinado al bar de la esquina.
A Ernestino le gustaba Doña Esperanza, la farmacéutica, era
una mujer con carácter y siempre tenía una respuesta contundente, a veces
detrás de la última palabra iba un punto que te caía encima como una losa y te
impedía respirar y responder, pero a Ernesto le iba el mambo, cogía aire y le
replicaba, a ella le hacía gracia, pero nunca dieron el paso de tomar un café o
cualquier cosa con tal de llegar a más.
El, llevaba ya semanas que quería echar el anzuelo, pero no
se atrevía, entonces se le ocurrió una idea. Era la mañana de un jueves de
primavera con un sol imponente como ella, espero entrar en la farmacia un poco
más tarde de lo habitual, cuando sus dos empleadas se iban en un pequeño
descanso a tomar un café. Estaba nervioso y eso no era propio de su edad, pero
lo estaba como un adolescente que va a pedir salir a alguien, entró, se le hizo
eterno llegar hasta el mostrador, ella le miraba con una sonrisa sincera como
todas las mañanas, el solo quería no tartamudear, y al final cuando llegó al
fin al mostrador, ella le dijo:
-
Ernestino, hoy te toca tomarte la tensión, si
quieres ves a tomarte el café y cuando lleguen las chicas te la tomo en la
salita.
El respondió:
-
Estoy de acuerdo, pero también necesito una caja
de profilácticos.
Se hizo un silencio sepulcral, Esperanza apretó los labios
mientras se le agrandaban los ojos y se convertían en círculos perfectos.
El caso fue que Doña Esperanza no quiso preguntar el número
de unidades y le dio la caja de 10, para la broma sobraba.
El se fue a tomar el café y a la vuelta, cuando le tomó la
tensión en la salita, le apretó tanto el brazo que le faltó poco para hacerle un torniquete.
Doña Esperanza se lanzó, diciendo:
-
¿No sabía que tenías pareja?.
Ernestino respondió:
-
No tengo, pero me hace ilusión tener esta caja
en casa, porque eso significa que cuándo pienso en ti, tengo ganas de hacer el
amor, ya hace años que te deseo, y como no se como hacerlo se me ocurrió que me
vendieras una caja de condones.
Ella le dijo:
-
No sé lo que te durarán los diez condones, pero
si sé que mañana les cambio el turno a las chicas y cuándo vengas por tu
pastillita de la tensión nos iremos juntos a tomar ese café, y después Dios
dirá, si ha de ser será y te aseguro que no me faltarán razones.
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