sábado, 23 de noviembre de 2019

EL SENTIDO COMÚN.

Se me acaba de borrar la historia que acababa de escribir, que sensación más asquerosa. Voy a confiar que mi mente sea capaz de escribirla igualmente de nuevo, Tengo una sensación de rabia que me está cargando como una cafetera. No se si sacudir el ordenador, meter la cabeza en el disco duro, a ver si la encuentro. Ahora mismo carezco de sentido común. Ese sentido que no está dentro de los cinco y que paranoia bastante, ya que es como el tribunal de inquisición, que cuándo no hace lo que está reglado te castiga con el rumiar sin parar, te bloquea y crece en ti un sentido de culpa, que castiga monopolizando tu mente, que a pesar de estar encerrada en una carcasa dura, es totalmente permeable y perceptible a la enorme fatiga de todo lo que acontece fuera. Por tu culpa, por tu gran culpa.
¿Porqué habré pulsado el puñetero botón que no debía?. 
Aquí empieza de nuevo la historia. Quizás era un aviso de que era una mierda y no merecía la pena contarla, vosotros juzgaréis.
Era la noche del sábado. Sol no tenía planes, para variar. A esas horas suele estar en casa con las zapatillas mullidas de leopardo y el pijama de franela. Le gusta leer, está terminando El amante japonés, de Isabel Allende.
Hace tiempo que tiene la aplicación de meetic, pero no suele quedar ni whatsappear con nadie, su sentido común le dice que es perder el tiempo, un bando de lobos en busca de lobas u ovejas que devorar. Aún así le recrea echar un vistazo y ver los perfiles que se presentan, algunos tan tuneados que su encuentro puede ser una gran sorpresa. 
La aplicación se enciende y aparece Luis, rubio, pelo rizado, musculoso, con enormes ojos azules. Sobre su pecho una medalla de oro. Le da al zoom y pone olimpiadas Munich 72.
Un mensaje que dice:¡ Quiero conocerte Sol!. Sol sintió una gran curiosidad, nadador, olímpico del 72. Está claro que era un anciano. ¿Que querría de ella?.
Le contesta y carente de sentido común le dice que dónde quedan.
Se ponen de acuerdo y lo hacen en un bar de carretera en la gasolinera del Carrefour. 
Ya eran las 10 de la noche, hacía frío. Sol se puso delante del armario, decidió ponerse unos vaqueros, jersey oversize rosa fucsia y unas playeras blancas.
Cuándo entró en la cafetería, vio a un señor muy bien vestido con una gorra, abrigo gris. Estaba sentado. Su gesto era sereno y lo primero que pensó es que detrás de él estaba aquel rubio, rizoso, musculoso.
llevaba la medalla. La había convertido en un precioso broche que lucía de manera muy elegante. Todavía guardaba la percha de haber sido grande y corpulento. 
Me llamó Luis. Si, si dijo Sol. Se levantó y le puso la silla como caballero cortés. Se acercó el camarero y pidieron la misma infusión, un rooibos de frutos rojos. 
Empezaron a hablar de manera fluida. Sol era profesora de secundaria de economía y Luis fue nadador olímpico y ejerció de médico hasta que se jubiló en un pueblecito de montaña de león.
De esa zona eran mis bisabuelos dijo Sol. Tienen una preciosa historia, aunque muy triste. El viejo pareció muy interesado y le dijo que por favor se la contase.
Vivían en una pequeña aldea de Castilla-León. El era médico y ella maestra, tenían a mi abuela de tan solo tres años. Mi abuelo había acudido al auxilio de los heridos de guerra de los dos bandos en la guerra civil.
Una mañana de Abril, mi abuelo iba a visitar a un vecino enfermo, ya moribundo cuando aparecieron dos coches y lo arrestaron. Eran republicanos. Mi bisabuela no lo dudó, cogió su bici, a mi abuela la sentó en la cesta y persiguió a los coches, como era campo a través consiguió alcanzarlos. Cuándo llegaron a un muro donde estaban otros vecinos hacinados contra él, en frente un pelotón de fusilamiento. Mi bisabuela dejó a mi abuela con una vecina que había salido también detrás de su marido arrestado. Corrió hacia el muro y abrazó a mi bisabuelo, tanto tanto que entre los dos no había línea de separación. Se hizo un silencio,
hasta que se escuchó ¡fuego!. Las balas los atravesó a los dos, cayendo desplomados juntos... y así los enterraron.
A su abuela la crió esa vecina viuda con la ayuda anónima de alguien que nunca supo quien era. Todos los meses le enviaba dinero para su manutención. Dinero suficiente para que tuviera una buena educación y no le faltara nunca de nada material, ya que la vida le había arrebatado lo que más necesitaba el amor de sus padres.
El viejo no pudo contener las lágrimas a pesar de tener el síndrome del ojo seco. Espero unos segundos hasta que le contó la historia que siempre le contó su padre. Esa historia que nunca le permitió sonreír del todo. Nunca olvidaría las caras de los amantes en el paredón de fusilamiento, como el amor se desfalleció y sus miradas se apagaron entre el estruendo de unas balas que arrebataron el amor. Su padre se ocupó de que a esa niña no le faltara de nada nunca. 
Luis vio algo en la foto de Sol que le hizo lanzarse a mandarle ese mensaje. 
El sentido común nunca los hubiera unido. Se abrazaron y quedaron los miércoles para comer y los domingos iban al mercadillo, después a tomar un blanco, ese que tanto le gustaba a Luis. A Sol le encantaba escuchar sus batallitas, esas de las que tanto aprendía. 
Encontraron una historia que les unía, un final que consiguió que Luis lograra ponerle sentido común a lo que en el pasado ocurrió y que nunca lo tuvo.
Sol, se convirtió en esa luz que motivaba sus pocas salidas durante la semana. 
Su madre le puso Sol, buscando la alegría que nunca encontró en los ojos de la suya, siempre tristes.



No hay comentarios:

Publicar un comentario