domingo, 18 de agosto de 2019

UN ATARDECER.

Aparecía limpio el cielo, las nubes parecían haberse arrinconado en algún lugar lejos de allí. La brisa fresca anunciaba un nuevo otoño, las hojas todavía se resistían a caer y seguían verdes llenando los árboles frondosos. Un limonero esplendoroso, con unos enormes limones, un roble milenario, rodeado de fuertes raíces, semejaban un brazo robusto lleno de venas, un brazo curtido con mucha historia. En él se apoyaron caballeros antes de morir, amantes que encontraron en él un sitio donde cobijarse, niños que jugaron sin descanso a subirse y sentarse en sus ramas, sabios que se sentaron debajo de su copa para pensar, personas que disfrutaron de su imagen al paso de un bonito paseo, otras que pasaron huyendo de algo, corriendo o al galope de algún bonito caballo. 
En frente un ilustre sauce que como una sombrilla de dimensiones increíbles dejaba caer sus ramas como un fuego artificial que nunca se apaga. Debajo del árbol un sillón blanco con cojines de hojas, parecían mimetizarse con el ambiente, y una mesita de piedra donación de la propia naturaleza, perfecta para apoyar un rico café calentito,de esos que se toman a sorbitos pequeños sin azúcar, el momento ya es suficientemente dulce y amable para edulcorar cualquier cosa que haya en el ambiente.
Este jardín pertenece a una pequeña casita cerca del monte Dobra en Cantabria. Es un rincón único, parece bendecido por los dioses, esos que escondieron la felicidad dentro de cada ser humano, en un juego cruel, sabiendo que allí nunca buscarían y haciendo que fuera algo imposible de encontrar.
Solo para aquellos que han sufrido y se han descarnado y no les ha quedado otro remedio que silenciarse para encontrarse de una manera que nunca habían pronosticado hacer. Así sin más en el más profundo silencio, con la brisa del aire lento, con la fugacidad del momento, del canto de los pájaros, del susurro del agua de la fuente, del rumor de las hojas al moverse, sin brújula hemos llegado allí, estamos allí. 
Paseo hasta el sauce, notando como mi piel lo celebra, voy descalza notando el deslizar de mis pies por el suelo de tierra, me siento en el sillón blanco, la serenidad, la tranquilidad, las vibraciones, los colores, matices de un hermoso atardecer, donde el sol se despide con humildad para presentar a una l una llena que va apareciendo como en un mar de tules, tímida pero pletórica. 
Me recuesto, una pequeña rama del sauce acaricia mi brazo, queriendo agarrarlo para que forme parte de él. Sigo leyendo mi lectura actual, la tierna Calpurnia Tate de Jaqueline Kelly. Una niña que no quiere seguir con los modelos femeninos de la época de finales del siglo dieciocho, quiere ser científica y para ello descubre a su abuelo, que aunque vivía con él, nunca lo había conocido realmente. El le ayuda a saber realmente hacia donde quiere ir y que quiere ser.
Se acerca de manera elegante, sus pisadas apenas se escuchan y sus movimientos son tranquilos y serenos. Me trae una maravillosa taza estampada con florecillas de primavera, y se llena el ambiente de olor a café. Trae serenidad, integridad, valores, confianza, carisma, iniciativa, amor. Cada pisada
es parte de una energía tan positiva y hermosa que siento que me acaricia sin tocarme, que me besa sin besarme, que me quiere sin decírmelo.

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