sábado, 24 de agosto de 2019

EL ENANO, FEO Y GORDO.

¿Cuántas veces vas por la calle y te das la vuelta para ver algo importante que ha pasado por tu lado y se va sin poder remediarlo. Una fuerza extrasensorial que te llama a girarte, quizás tu alma gemela.
Dicen que las almas gemelas siempre dan tres oportunidades de encuentro, a veces no somos conscientes del todo de que estemos perdiendo una gran oportunidad, pero las vidas llevan diferentes ritmos que se rinden al destino. Álvaro y Muriel tuvieron dos encuentros casuales por la calle y al tercero antes de cruzarse Muriel se quedó parada frente a él, no esperaba que el también lo hiciera, pero así fue. Se diagnosticaron como almas gemelas, se pensaban y soñaban antes de conocerse en esta vida, pero parecían conocerse de muchas otras, inseparables.
Se casaron y tuvieron a Rodrigo, un precioso bebe de tez dorada y piel caramelo.
Muriel enfermó después del parto y murió de una septicemia. Álvaro se veía incapaz de salir de su depresión, cuidar a Rodrigo y trabajar. Se casó con una compañera del trabajo divorciada y con dos hijos adolescentes. Los niños temían que su madre se encariñara con el bebé y le daban mucho trabajo para que no le hiciera caso. Se metían con Rodrigo, le decían enano, feo y gordo.
Así creció Rodrigo con un enano , feo y gordo en su interior. Era un niño muy observador e inteligente y aunque hablaba poco sus respuestas eran muy acertadas  sobre todo en el colegio, aunque siempre se mostraba un poco retraído.
A los quince años, su padre le dio una carta de su madre, la había escrito antes de marcharse. Le contaba todo lo que se querían su padre y ella, que fueron y serán siempre dos almas gemelas. El fue el mayor regalo que les hizo el universo, además de su coincidencia en un mundo tan poblado de personas. 
le describía siendo bebé y auguraba su futuro como un niño muy observador e inteligente, alto y espigado, fuerte, guapo y muy valiente. Terminó la carta diciéndole que siempre estaba a su lado, que pensara en todas las noches, en los susurros que escuchaba y que le ayudaban a dormirse. 
Rodrigo sonrió, besó la carta. Fue al espejo, se miró. Llamó al enano, feo y gordo le dio un beso en la frente y le invitó a que se marchara, ya poco podía hacer en ese cuerpo y en esa mente que descubrió una realidad que no coincidía con la que vivía.
Pasaron los años...
Rodrigo trabajaba en una multinacional. Una mañana salió a tomar un café al bar de la esquina, cruzó la calle y de manera hipnótica se dio la vuelta. Una preciosa mujer vestida de rosa y playeras moradas le dejó boquiabierto. Sus miradas se encontraron y con la timidez de haberse dado los dos la vuelta siguieron andando. En los siguientes días, siguió saliendo a tomar café, pero no volvió a verla.
Un Domingo de otoño, fue a pasear a Atasco, su perro chucho, mil razas. Entonces se la volvió a cruzar y ambos se dieron la vuelta. Pero siguieron sus caminos.
Meses después el veinticuatro de diciembre, Rodrigo salió a comprar unos regalos y paró en el bar de la esquina, ese donde iba cuándo estaba trabajando, pidió un café y allí estaba ella. Fue la tercera vez y la última, ya que no volvieron a separarse. 
Tras el cristal del bar, Rodrigo vio al enano, feo y gordo deambulando por la calle, un poco despistado. De pronto vio a uno de sus hermanastros y observó como se metía en el cuerpo de él, quizás el enano, feo y gordo también había encontrado a su alma gemela.

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