Esta mañana, me dormí y ese retraso en mis tareas matutinas, hizo que en parte de ellas, la pequeña de la casa estuviera despierta. Así que no quedó otra que meditar con Bob Esponja y la piña debajo del mar. De ella salió poner más flojo el volumen, mientras me situaba en la alfombra. Esa alfombra mágica que hoy me llevaría al Amazonas.
Al principio, solo escuchaba las voces de esos personajes estridentes, atrevidos y a veces maleducados que en mi casa han acompañado a los cuatro, ahora ya adolescentes menos la pequeña de siete años, que disfruta con todas las insensateces de esos personajes. Tengo que admitir que son divertidos, una panda de TDH sin diagnosticar ni medicar.
Empiezo a respirar profundamente, el ritmo lento y profundo de las inhalaciones y el fluir de las exhalaciones, me llevan a sentir un ligero vaivén en la espalda, como pequeñas ondas de agua, que se dibujaban en mi espalda. Noto mucha estabilidad y un sol que deja entrever sus rayos a través del rico encaje verde que se dibuja en el agua y en mi cara.
Estoy muy sola pero me siento acompañada, estoy en silencio pero siento que me comunico con cada árbol, con cada hoja. Todo mi cuerpo se siente seguro y relajado, formando una única línea con el agua. Se escucha la brisa, el rumorear de las hojas, el piar diverso de los pájaros, el rugir de un placer que no protesta, si no que fluye en un entorno paradisíaco. No necesito nada, no echo nada de menos, en este momento no tengo nada, sola en un entorno que me protege, rodea y acompaña. No me piden, no pido. solo ocupo, sin ocupar el volumen de un cuerpo mimetizado con el ambiente, como un camaleón en una hoja.
No escucho voces, ni críticas, no existen peleas, ni envidias, no hay competitividad, nadie se enfada, por que no existe nadie, quizás ni yo misma. No hay necesidades, ni consumismo. el estómago vacío se siente lleno de un placer que va más allá de lo físico, de un no querer despertar.
Fluir con el agua, con la brisa, con la luz. Sin preguntas, sin saber cuándo acabará mi viaje, ni por qué en el Amazonas, aquí no importa el destino solo lo que en este momento surge. Sensaciones que protegen el alma y que no dan que hacer, solo fluir, solo dejar pasar, sin querer que pase, sin necesidad.
De pronto, algo me hace volver, algo que merece la pena. Una niña que cansada de verme viajar y fluir me aprieta el dedo gordo del pie y me dice: ¡Mamá, te quiero!. Solo algo así puede hacerte regresar de tan maravilloso viaje.
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