Lucía se gestó, nació y creció en una cárcel emocional. Sus padres también vivían en su propia prisión. En su casa habían barrotes de odio, frustración, rencor, desconfianza, miedos, baja autoestima, falta de capacidad de resiliencia, violencia y acoso. Una familia aparentemente normal, pero llena de barrotes.
Lucía se pasaba horas en la ventana, mirando a los pájaros libres, volando como cometas sobre el mar, ondeando sobre una aire limpio que ella, no podía disfrutar. Pensaba que con el tiempo, se marcharía de allí, estudiaría fuera y podría librarse de la cárcel.
Cuándo iba al colegio, se sentía igual. Sus miedos, desconfianza, falta de seguridad le hacían temblar cada vez que cogía el camino obligado. Tenía pesadillas, el camino se inundaba, a veces se veía descalza, o sin ropa interior y otras veces soñaba que volaba al ras de todo, muy cerca de las personas y las cosas, pero sin tocarlas.
El tiempo, pasaba lento, tan lento que se eternizaba. La angustia y la ansiedad ocupaban toda su pequeño ser. A duras penas vivía, a duras penas respiraba, a duras penas soñaba y no tenía pesadillas. Su futuro sin ilusión. Su única esperanza era crecer para liberarse de los barrotes que apretaban su cabeza, que oprimían su sienes.
Lucía, creció y se hizo una mujer, abandonó la cárcel física de su casa para conquistar nuevos horizontes. Pero no se daba cuenta que la cárcel la llevaba a cuestas, solo cambió de carcelero, unas veces eran amistades que guardaban su prisión, y al final su relación de pareja que acabó siendo su funcionario de prisiones durante veinte años. Años en los que no dejó nunca de mirar por la ventana, de mirar a los pájaros volar.
Lucía fue abandonada por su marido con dos pequeños de siete y tres a años. Le dejó la prisión abierta, para que pudiera salir, pero no sabía hacerlo, no sabía ser libre, cada paso fue muy doloroso, lleno de miedos y terror a ser libre, a volar como una cometa sin dirigir por nadie, a no ser manipulada ni paralizada por las palabras de la extorsión, de la manipulación, del abuso. Pero ella sacó fuerzas y fue arrancando cada uno de los barrotes, los colocó en el suelo y pasó por encima de ellos.
Entendió su vida, tuvo amor y compasión por ella misma, se hizo con la oportunidad de ser libre y la aprovechó, aunque el camino fue duro y difícil. Pero mereció la pena, el sabor de la libertad sabe a viento fresco, a ráfagas de aire limpio, a espacios que dan vértigo pero que invaden el placer de tu conquista.
Conseguir la libertad cuándo toda tu vida has estado viviendo en una cárcel es duro y difícil, pero en esta vida no existe lo fácil, y siempre tienes la oportunidad de ser libre, depende de ti.
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