Lourdes abandonó París con una pequeña maleta, de esas que llevan lo básico, lo demás corría a su nuevo destino en un camión de mudanzas. Aún así deja mucho en el apartamento donde vivió toda su juventud y parte de su madurez.
Antes de coger el taxi que le llevará a la estación de tren, se queda mirando la torre Eiffel, nunca más volverá a verla. Esta vez se despide definitivamente de París.
Tras un largo viaje en tren...
Llegó a Cantabria, despertó en los valles verdes de las anjanas y los ojáncanos. Las primeras le daban la bienvenida entre los árboles y los ojáncanos empujaban a las nubes furiosas para despertar a la lluvia y enturbiar el fulgor de las brujas de los bosques. Era el final de una primavera lluviosa y los campos lucían más esplendorosos que nunca.
Otro taxi la llevó a la cabaña que había alquilado en la zona pasiega en lo alto de la colina de un pequeño pueblo llamado Vega de Pas. Semanas antes de su llegada había mandado a un carpintero del pueblo hacerle unas estanterías para libros que recorrieran toda la casa, ya que el banco de palabras que tenía Lourdes era su bien más preciado, millones de libros que rodearon todo el interior de las estancias y lugares de la cabaña.
la cabaña tenía grandes ventanales que te sumergían en preciosas leyendas, árboles centenarios, flores silvestres, entre ellas grandes ramilletes de margaritas blancas y amarillas. También había un pozo de piedra al que te asomabas sin ver el fondo, imaginando la caída de Alicia en el país de las maravillas que gracias a sus faldas tuvo un suave aterrizaje. las palabras caían por el pozo repitiéndose por el eco, hasta que morían en el olvido del silencio profundo de un infinito sin explorar. Silencio, la única palabra que callaba al resto. Mientras efervescentes se amontonaban en el pensamiento despierto y muerto de las páginas, esas que contaban con tantos años que las manchas de humedad amenazaban con borrarlas.
Las palabras dormían por el día y a hurtadillas salían por la noche camufladas en la oscuridad.A veces el amanecer las atropellaba y los vecinos más madrugadores las veían alrededor de la cabaña, suspendidas en el aire, queriendo volar pero sin poder hacerlo porque pertenecían a los textos.
Todas las noches las palabras se retorcían de placer, se mezclaban relajadas perdiendo todo el sentido que habían dado a sus frases. Volaban solas y acompañadas, se colgaban de las ramas, rodeaban a la luna y le hablaban. La luna se balanceaba disfrutando, viéndolas tan alborotadas.
Los vecinos intrigados se acercaron a la cabaña, querían saber de dónde salían tantas palabras sueltas. Lourdes les dijo que se escapaban. Aprovechaban cuando se dormían para fugarse rebeldes de los libros de las librerías que recorrían toda la casa.
Lourdes empezó a dejar sus libros a los vecinos del pueblo, según les contaban sus historias de vida, ella les recetaba una historia. Los vecinos le llevaban huevos, pan, leche a cambio de esas lecturas tan acertadas que les llenaban de bonitas leyendas, misteriosas historias, biografías y multitud de enseñanzas.
Pasó el verano tranquilo y lourdes entró a trabajar en un instituto de secundaria cerca del pueblo de profesora de Lengua y literatura. El primer día de clase se presentó y les dijo a sus alumnos que no venía sola, que traía a un buen amigo. Lo acarició con sus manos. Aquí os presento a este amigo que nunca te deja, al que siempre puedes recurrir, obra de mucho amor e ingenio, de horas de trabajo y de inquietantes pensamientos. El habla y escucha, abraza y consuela, te ama y te envuelve, te hace grande e inmenso por dentro, pequeño e invisible como los espectros. Este amigo está lleno de palabras que te nutren sin parar, enriquecen tu alma, hieren tu vanidad, te llenan de sueños.
Las palabras te acarician cuándo hablas, saben bajar y subir el tono, hacen giros y a veces te dejan que inventes, que las resuelvas. Son discretas y saben esperar. Saben estar calladas y disfrutar del silencio. Reconocen su potencia y su capacidad de incendiar, se saben poderosas.
Los maestros de las palabras, las coleccionan, las lijan y les dan anti poros. Las dibujan y las pintan, las encadenan y las lanzan, las agrupan y las separan. Las vuelven eternas, a veces están fuera del tiempo y otras son inmortales, generosas y resueltas.
Es la hora de la entrada de los alumnos al instituto. Daniel llega a clase separado del grupo, va mal vestido, ojeroso, triste y cansado, muy cansado. No entiende nada, su casa le pesa como un camión trailer en un precipicio. No encaja en ningún lado y sus ojos enmarcan una mirada que tiene que hacer verdaderos esfuerzos para no fugarse a la oscuridad, esa a la que ya es adicto. A la soledad, esa que le custodia desde que se levanta hasta que le vence la misma pesadilla día tras día. Lourdes le ha traído un libro, le dice que le va a encantar, que muchos lo leyeron encontrando sueños y desterrando pesadillas. Daniel lo coge y lee La historia interminable.
Al día siguiente Daniel llegó a clase con las manos pintadas de palabras, frases y le contó a Lourdes que había soñado como nunca lo había hecho hasta ahora. No quería terminarlo.
Otro día Laura apareció en el aula con los ojos de haber llorado mucho, llevaba un camafeo antiguo.
le contó a Loùrdes que era de su abuela, que había fallecido. Su abuela la había cuidado desde que nació. Su madre y su padre se habían matado en un accidente de moto y ahora ella se iría a vivir a una residencia de huérfanos. Lourdes le dejó el libro del amor y la vida.
El libro contaba que el amor era inmortal pero la vida no lo sabía.
Cuándo el amor le comunicó que se marchaba, la vida sucumbió a la tristeza,
ahogándose en un mar de lágrimas.
El amor le dijo a la vida que confiara en él, era íntegro y real y aunque no estuviera presente físicamente, estaría llenando cada rincón de su vida. La tristeza le echaba cerrojos al amor y la vida cada día estaba más triste.
El amor le dijo a la vida que mirase por la ventana, que soñara al ver las nubes, las estrellas, cada cosa que hiciera,él estaría con ella.
Jamás el amor ha abandonado a la vida, solo la tristeza no lo ha dejado entrar y
el amor lo mejor que puede hacer, es hacer lo que mejor sabe hacer que es esperar.
Así fue pasando el curso libro tras libro nutriendo esas cabecitas que aprendieron a amar los libros y las palabras. Sabían que eran dueños de su pensamiento, que tenían poder y se hicieron pequeños magos de las palabras, piratas que encontraban tesoros llenos de maravillosas frases e historias. se convirtieron en pintores, escultores, carpinteros y arquitectos de maravillosas historias que se hicieron realidad, llenándolos de ilusión y de palabras con las que escribir sus pensamientos, sus emociones, sus vidas.
Si vas al Valle del Pas de madrugada, sabrás cual es la cabaña de lourdes, cuando mires la luna y la veas rodeada de bonitas palabras que cuchichean como saltar de página.
Colorín colorado este cuento se ha acabado.
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