Nuestra Carmen Sevilla, para recuperarse y descansar se iba a la Buchinger, de allí salía como nueva.
Pero mi Buchinger particular es mi madre, unos días con mi madre, a la que llamo guindilla, por que a pesar de sus casi 80 años, tiene una actividad increible y un fuelle bestial, presumida como ella sola, más bella que nunca, segura de lo que quiere, y con una seguridad que arrolla y arrincona la injusticia.
Dejé a mis hijos un mes por cuestiones de la dichosa custodia compartida, tiempo que se me iba hacer eterno y amargura que he pasado de lo más dulce partiendo España en dos y recorriendo más de 1200 kilometros para ver y estar con mi señora madre.
Que mejor que cobijarme en los brazos de mamá, sentirse cuidada, mimada, ¡que gusto!.
Cómo entiendo a las amigas, que se quedaron sin su madre, esa tristeza y soledad que sienten, esa desprotección. Ahora entiendo a mi madre, por que soy madre y veo su preocupación al dejarme marchar, sus continuas recomendaciones, sus maravillosos piensa en tí, no trabajes tanto, come.
Su mirada de orgullo cuando me mira, ¡como fortalece!, ni la mejor vitamina.
Nadie se pinta los labios como mi madre, con esa perfección, que arte vistiendo, ni los Dolce Gabannas. Mi madre es una artista de la vida, no ha dejado que la etiqueten ni como mujer, ni por mayor que es, ni por madre, ni por entradita en carnes, por nada de nada, es mentalmente libre.
Es una mujer de solera, de raza, ha sabido manejar el capote de la vida y torear toros de poca nobleza,
olé, olé y olé. Tu si que tienes que cuidarte, por que si algún día me dejas, sentiré el deshaucio del alma, de la protección y del amor incondicional. No tendré donde refugiarme, ni nadie que me abraze sin afán de nada, solo de darme amor.
Así que vuelvo a casa para reencontrarme con mis hijos, dejándola 1200 kilómetros atrás, y aunque con pena, lo hago fuerte, centrada, reflexiva, descansada, con ganas de coger el toro de la vida por los cuernos, sin miedos y con más raza que nunca.
Gracias mamá
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