martes, 8 de octubre de 2019

¿POR QUÉ PONERNOS A CORRER?



¿POR QUÉ PONERNOS A CORRER?

Para asentar un hábito nos hace falta 21 días de fuerza de voluntad, en los que trabajemos dicho hábito si es posible, a la misma hora todos los días. Así pasamos del esfuerzo y de la inversión del querer al poder hacerlo y cambiarnos. A su vez provocamos un change en nuestro entorno más próximo.
Pasados los ventiún día y asentando el hábito hasta los treinta, automatizamos dicha conducta y podemos invertir nuestra fuerza de voluntad en otro nuevo reto, hábito que de nuevo produzca una transformación en nuestro interior, nos haga más independiente y menos esclavo de comportamientos que no nos aportan beneficios, buscando otros que nos hacen más fuertes, resilientes, luchadores, persuasivos un sinfín de cualidades que nos hacen vivir con felicidad plena.
Así lo dice la neurociencia, el cerebro es plástico y con el querer aparece el poder del cambio, un super poder que nos hace caminantes de primera, orientadores eficaces, salvadores de obstáculos increíbles, pintores creativos y originales. Dando color a un mundo que debe deconstruirse para estar a nuestro nivel. La fuerza del interior mueve el universo, con un feedback positivo que no solo frenará el cambio climático si no que sembrará un nuevo universo, donde el ser humano esté orgulloso de la evolución y no le pese tantas muertes injustas que se producen mientras celebramos, paseamos, comemos, cantamos, dormimos y lloramos sin apreciar lo afortunado que somos por tener tanto y no aprender a necesitar menos.
Quizás por eso, empecé a correr, como rebeldía a un mundo que no contestaba a mis preguntas. Cuándo dí mi primer paso, me senté a la sombra de un sauce, tenía raíces sobresalientes, eran como antebrazos de un Diós, que no hablaba pero me hacía pensar. Allí fui durante años, sin encontrar una sola respuesta a todo lo que se cernía en mi pequeño cerebro. temas como la muerte, los conflictos, los apegos, el cariño no encontrado, las miradas de sorpresa, las palabras ásperas, el difícil camino al colegio.
Y así un día de otoño, cuando las hojas color amarillo caléndula caían generosamente en un suelo hermanado entre el mediterráneo y el atlántico, empecé a correr. Nunca pensé lo que significaría en mi vida. Lo ha sido todo, todo, todo. Lo que me ha ayudado a levantarme cuando la vida me lanzó contra un muro dejándome semiinconsciente, rabiando de dolor. Siempre tuve la opción de recurrir a ella, cuando perdí cachitos de vida que se marchitaron mientras vivía ignorante de ello.
La carrera siempre me salvó. Ahora cada vez que salgo a correr me mimetizo con el ambiente, como un árbol más, como un pájaro más, como una nube más. Cada zancada está llena de satisfacción, de agradecimiento, de generosidad, de ganas de vivir. Cada ciclo respiratorio es un ritual de celebración de una vida llena de kilómetros recorridos, que en vez de cansarme, acostumbrarme, lo que hacen es aumentar las ganas de seguir, lanzando pasos al aire para aterrizar con la suavidad de una hoja que generosamente se desprende de su árbol, sin hacer ruido. Agradecida por haber recibido tanto amor.





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