domingo, 13 de octubre de 2019

AMAR EL DOMINGO

Toda la vida odié el Domingo, a pesar de que era el único día que íbamos a comer todos juntos a una polleria cutre de Ceuta, de esas de mantel de papel, de miles de mesas de familias enteras con suegro y consuegro incluido, de vociferio múltiple, de humareda y a pesar de estar en el exterior, mala ventilación. A pesar de ser un día tranquilo, la comida era un infierno. Mi padre se cabreaba de como comíamos el pollo, con las manos por supuesto. Luego nos chupábamos los dedos. Mientras mi madre roía todos los huesos, siempre lo ha hecho, eso de la ternilla la vuelve loca. Fue una niña de la posguerra, paso más hambre que el perro de un ciego a pesar de que mi abuelo era hombre de pasta, pero austero y como se dice vulgarmente rata. Soltaba los dineros contados y con vuelta.
Mi padre iba poniéndose negro de carácter de ver el percal. En realidad no sé por que nos llevaba allí, si se ponía malo de vernos comer y del ambiente. Además nos peleábamos antes en el viaje en coche, durante la comida y el el después. Íbamos pegándonos en el coche, al final cobrábamos todos y así pasábamos la tarde del domingo anestesiados en el cuarto haciendo que estudiábamos. En realidad era un día muy anodino, que pasaba sin más y en el que la vuelta al colegio era una sensación de martirio que a penas te dejaba disfrutar de nada, sobre todo cuándo tenías examen o muchos deberes y los dejabas todos para última hora, mala cosa por que te dabas cuenta que no entendías nada y te acostabas sin hacerlos suplicando que el profesor no se fijara en tu nombre y te sacara a la pizarra a hacerlos. Un riesgo que había que correr, que te iba hacer sudar y odiar aún más el domingo.
Hoy, dejando todos esos recuerdos atrás. El Domingo es mágico, son veinticuatro horas para aprovechar en lo que más te guste, prepararte mentalmente para disfrutar y preparar la semana para empezar con una mente fresca y con ganas de trabajar. 
Feliz Domingo.

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