Macarena había crecido en una barriada .Su madre era una prestigiosa uróloga, siempre tenía a muchos hombres en la sala de espera. A Macarena le llamaba la atención las caras de esos hombres, era una cara triste, nerviosa, de insatisfacción, pero cuándo salía de la consulta que costaba 60 euros, los hombres salían con otra cara, era de felicidad, de satisfacción, de tranquilidad. El dolor más común que traían era un enorme dolor de huevos. Mamá era una gran médico se lo quitaba enseguida, y nunca le reveló sus técnicas médicas. Al principio cuando era pequeña, cobraba su madre, pero cuándo Macarena cumplió los 10 años, por las tardes cobraba ella, y su madre era tan buena que los señores se iban sin receta.
10 años después, allí estaba Macarena, después de unos estudios llenos de fracasos y sin ninguna titulación heredó la de su madre, neuróloga. Ejercía en la casa de campo de Madrid, llevaba bata de médico, su madre le bordó lo de uróloga, y había heredado el talento de su madre, sin recursos técnicos conseguía quitar el dolor de huevos de manera tan efectiva como su progenitora. Todas las tardes a partir de las seis se cogía el bus para la casa de campo y allí ejercía hasta las 11. Por la mañana seguía cobrando las consultas de su madre, iban antiguos clientes, que enamorados de sus antiguas técnicas le habían jurado fidelidad a su gracia de saber hacer.
Esa tarde hacía viento y Macarena se puso la bata un poco humeda, ya que la había lavado el día anterior y la lluvia no había dejado que se secase del todo. Debajo un pequeño tanga y no llevaba sujetador, tenía un pecho altivo y prepotente como la mayoría de chicas de su edad, tan solo 21 año recién cumplidos, se solía colocar debajo de un sauce llorón que la protegía de la lluvia y colocandose debajo de sus hojas le daba un aspecto salvaje.
Cada día hacía un mínimo de tres o cuatro clientes, ya que llamaba la atención su cuerpo espigado y su larga melena morena, era como la típica mujer sureña española, sus andares eran espectaculares, en cada paso sus nalgas se movían como dos perfectos satélites que sacaban a cualquier ojo de sus órbitas.
Ricardo, era psicólogo investigador del departamento de educación emocional de la universidad complutense, estaba en un proyecto de investigación que llamaron las princesas de la calle, tenían 1500 euros de subvención para llevar el estudio acabo cada uno de los cinco del equipo investigador, y su estudio trataba de concluir sobre la experiencia de chicas que hacen la calle y pasan un día como una mujer independiente, querida y cultivando ese día su autoestima bajo situaciones de éxito.
llevaba ya cuatro días y le quedaba el último, se marchó a la casa de campo y cuando llegó al sauce paró el coche, le llamo la atención Macarena, tan hermosa y con esa bata de uróloga, le comentó que quería sus servicios durante un día y después de una pequeña negociación llegaron a un acuerdo y Macarena se montó en el coche.
Ricardo fué muy pero muy educado, le introdujo en el tema de su trabajo, la llevó a Zara, y Macarena eligió un precioso vestido, unos maravillosos zapatos y un echarpe de ganchillo, Ricardo lo pagó, y se marcharon al parking, Ricardo la miraba con admiración, por que era una verdadera belleza, y ahora su apariencia podría destinarse a cualquier profesión de prestigio. Se montaron en el coche y Ricardo la llevó a tomar una cerveza a una terraza de la Castellana, allí hablaron de todo, de la madre de Macarena, de su profesión de prestigio, de como hacía feliz a esos hombres, y les quitaba el dolor de huevos. A Ricardo le enternecía su mirada y su inocencia, era un cuerpo utilizado para ganar dinero y para desahogo de los hombres, pero era fiel a su juventud y a su ternura de piel y de mente.
Fueron a un hotel de cinco estrellas, ella se díó un yacuzzi mientras el la miraba con ojos dulces, cenaron en la habitación y por supuesto no tuvieron sexo, por que se trataba de tratarla como una princesa, como cualquier mujer se merece y de saber cuales serían las repercusiones cuando su memoria recordase aquella experiencia. Durmieron en camas separadas, ella le besó en la mejilla y le dió las gracias antes de acostarse mirando las preciosas vistas del hotel.
Al día siguiente desayunaron juntos, dieron un paseo por el Retiro, montaron en barca, y comieron en el Vip de la calle Serrano, tomaron café en la plaza del sol.
Macarena se había desnudado como nunca, realmente con él se quedó en pelota picada, le contó toda su vida, se sintió arropada, querida, mimada, felíz.
A las seis, el puso el coche en dirección a la casa de campo, y ella con lágrimas en los ojos y los billetes cobrados en la mano, le dijo déjame en la facultad de medicina, quiero saber que tengo que hacer para ser médico de verdad, no quiero ser uróloga.
Macarena estudió, sacó la ESO, el Bachillerato y se licenció en medicina con 35 años, y Ricardo triunfó con su equipo de investigación, demostró que las personas cuando conocen el éxito, los mimos y los abrazos, aprende a quererse y busca mejorar su vida. Ricardo le dió alas.
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