miércoles, 12 de septiembre de 2018

El MÓVIL.

Había una vez un móvil lleno de actividad, era un móvil muy solicitado, sonreía con los continuos emoticonos que su dueño mandaba vía whatsapp, funcionaba a la perfección. miles de selfies y vídeos, los mensajes se disparaban a la velocidad que imprimían sus jóvenes dedos, compartía su vida con el universo y la nube, pero nunca lo hizo con el sol, ese que llevaba dentro y que no dejó salir jamás.
Su galería repleta de sus fotos, sonriente, con morritos, o poniendo los dedos en uve, tenía miles de seguidores en instagram y twitter. Pero su dueño estaba triste, una melancolía que resoplaba en cada una de sus respiraciones, esas que no engañan en las fotos, era incapaz de estar solo con el mismo, necesitaba los continuos me gusta, los likes, una dependencia de la ficción que le hizo un auténtico esclavo, sin escucharse, sin recibir los mensajes del interior. Cultivo el germen de los falsos aprecios, de los falsos te quiero, de los falsos me gusta, pero la realidad era una soledad profunda que cuándo se cernía sobre él se le cerraba la glotis y no encontraba adrenalina que le aliviase. 
Un día escribió un último mensaje a sus ¿amigos? y lo eliminó, nunca más volvió a encender el móvil. 
Se perdió en la nube y en el universo como motas de polvo, pero aún así sigue en la nube sonriendo con sus dedos en uve y miles de me gusta que ya no enmascaran su infierno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario