sábado, 3 de abril de 2021

¡MAMÁ, CÚRAME!

 Se cayó y se miró la rodilla, se asustó al ver que se rasgó la piel y de que brotaban gotitas de sangre muy muy roja. Corrió hacia su madre y le dijo: - ¡mamá, cúrame!. Aquello le dejó una pequeña cicatriz que olvidó sin más. Pasaron los años y hubo más caídas, tatuajes a modo de cicatriz que su cuerpo quiso guardar en su memoria, homenaje a esos momentos en los que aprendió a montar en bicicleta, monopatín y otras hazañas memorables, siempre seguidas de un ¡mamá cúrame!. Ese mamá cúrame era una cura en sí mismo, ahí estaba ella para darle abrazos y besos, arrumacos y carantoñas.

Años después conoció un nuevo dolor, más profundo y desolador. Algo que retumbó no solo en su cuerpo si no en todas sus entrañas. Mamá se marchó al país de nunca jamás, a ese lugar que el visitaba todas las noches en sus sueños, dónde la veía resplandeciente con su cabello largo, ese que él sujetaba con fuerza, cuándo ella lo sostenía en su regazo. Le costó mucho volver, cada mañana al despertar buscaba un nuevo sueño, pero el día pedía paso y tenía que afrontar la realidad de vivir sin ella. Al partir, le dejó en un puerto nuevo, desamparado dónde ya no podría acudir a ella y tendría que buscar el consuelo en su propio pecho, pero el calor nunca fue el mismo.

El desamor de pareja, le abrió el pecho de par en par, su cuerpo convulsionaba de nuevo en la inestabilidad de haberlo perdido todo, se perdió en la batalla del miedo. Esta vez gritó y gritó ¡ Mamá cúrame, mamá cúrame! pero el silencio abría una ventana mayor a la desolación. 

Llegó la noche y el cansancio le sumió en el sueño del país de nunca jamás, borracho de dolor y humedecido por las lágrimas, notó un calor muy agradable que le envolvía, que le mecía, le susurraba te quiero, ten valor, todo pasará. Él se agarraba a su pelo, tan suave y mágico, ese mechón que siempre le daba tanta seguridad. Su madre seguía abrazándolo mientras le decía que descansara, que volvería a ser, a corretear sin miedo a pesar de las heridas. La vida fortalece tu corazón, mientras le susurraba ¡ eres invencible!, puedes con todo.

¡ Mamá, cúrame!... Se quedó profundamente dormido. Al despertar, se dio cuenta de que tenía la mano derecha cerrada con fuerza, al abrirla vio un mechón de pelo, su olor y suavidad no le dejó dudas, era de su madre. La señal de que nunca se había ido. 

¡Mamá, cúrame!...siempre hijo, siempre.



 

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