sábado, 10 de abril de 2021

EL TREN DE CERCANÍA Y EL DE LARGO RECORRIDO

 Parecía caminar pero no daba ni un solo paso, 

entre la gente se iba quedando atrás, adormecido

por un ritmo al que no se adaptaba, se encontró un amigo banco y se sentó en él. Al principio lo despreció, solo servía para hacerle sentir más inútil, le permitía y le consentía abatirse, recogerse en el camino, quedarse paralizado con el sonido de algunos gritos, taladradoras de las obras de edificios cercanos, los coches pitando, el sonido de las ambulancias, bomberos y policía. Desde ahí miraba los pasos de la gente, rápidos, tirando de la mano de los niños, prisas muchas prisas por llegar, por volver, por coger, por tener, por acumular, por acabar cuánto antes, para seguir haciendo, para seguir dormido hasta volcar y despertar al sueño en una cama que por la mañana el despertador escupe a un nuevo sometimiento y un día, otro y otro más. 

No tengo tiempo se dijo, no tengo suficientes horas, tengo mucho trabajo, no llego a final de mes, no me dan pausas ni respiros. Y lo que veo no me gusta y lo que enciendo me apaga y lo que me apaga me consume. 

Para en ese banco y se da cuenta que respira pero no oxigena, que mira pero no ve, que el sol late pero sus rayos no llegan a calentarle. la vida se cuela por mil agujeros, por cientos de rendijas, por millones de fisuras. 

Siente un nudo en la garganta, otro nudo en el abdomen, siente peso en su cuerpo y un desorden en su cabeza. Decide echarse, alguien se acerca mientras le pregunta si se encuentra bien. Le responde que sí, no tiene fuerza para explicaciones, descansa unos minutos y se pone en pie. Vuelve a la estación de tren, se quedó mirando a cada viajero, sus pasos, sus gestos, su tono de voz. Escuchó los anuncios de las llegadas y salidas de cada tren. Se fue a la ventanilla de billetes y le dijo al vendedor que le diese un billete de tren. ¿A dónde se dirige?. le preguntó. No lo sé le contestó. Deme un billete de tren, da igual dónde sea, pero no me diga el destino por favor. Cuándo se lo dio, leyó Valencia y hacia el andén se dirigió, solo le quedaban cinco minutos.

Se subió al tren, tardó tres horas cuarenta y cinco minutos, bajó y se sentó en otro banco con el desconcierto de no saber que hacer ni dónde ir. Al minuto empezó a andar dirigiéndose a la ciudad de la ciencia y al oceanográfico, allí pasó todo el día, paseó por la ciudad nocturna, disfrutando  de la luz penetrante del mediterráneo, se dio un baño en la playa y acarició el horizonte con sus manos. Al salir dibujó la luna llena con su dedo índice y contó estrellas, tantas que se quedó dormido en la suave arena. 

Se despertó con el canto de un gallo, en su cama, vio las estanterías de su cuarto y el viejo armario que le dio su madre. ¿Había sido un sueño? pensó, se duchó y se vistió rápido, tenía que coger el cercanías para llegar a trabajar. Después de desayunar y coger su mochila y su portátil, corrió hacia la puerta y en la mesa de la entrada encontró un billete de tren  de vuelta de Valencia del día anterior, junto con la entradas del oceanográfico y de la ciudad de la ciencia. 

¿Por qué faltaste ayer a trabajar?, ¿Por qué no avisaste?, le preguntó el jefe, Puso como excusa una subida repentina de fiebre que le tenía cao en la cama.  Pero la realidad solo la sabía su mente, esa que siempre le escondió a su cuerpo lo que pensó, lo que hizo, de que escapó o de quien quiso esconderse.  

Quizás de él mismo.




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