lunes, 3 de febrero de 2020

100% PURE LOVE.

Roberto salió como todos los días acompañado de su bastón, le dolían un poco los pies como todos los días, el reuma le perseguía hace años, era uno de tantos achaques con los que convivía a diario. No le quitaba el sueño hacerse viejo, sentía que cada etapa de la vida tenía un significado maravilloso y en esta última también lo había encontrado. Desde la tranquilidad escribía un diario de amor. Diario que empezó setenta y cinco años atrás, cuando conoció a su Julieta, de la que se enamoró perdidamente desde el primer momento que se cruzó con ella y con la que pretende reunirse cuando la muerte le sorprenda, como lo hizo el amor. Un amor que vive a diario, con el que habla e intercambia palabras, sentimientos y opiniones. Un amor al que sigue contándole historias y aunque ya no esté, siente dentro y fuera de él, con tanta seguridad que sonríe a menudo, que ilusiona sus ojos y dulcifica su mirada.
Se sentó en uno de esos bancos de su paseo rutinario y observando el paisaje, se quedó mirando un abeto.
Era el año 1945, tenía 15 años y ya trabajaba por la tarde en la carpintería de su padre, mientras montaban los muebles encargados, tenían acaloradas tertulias sobre fútbol, política, economía y las secuelas de la guerra civil. Roberto iba a todos lados en bicicleta por la mañana al instituto. Quería ser escritor, le encantaba narrar cuentos e historias cortas. Por la noche leía como un poseso antes de que le venciera el sueño. Su madre le inculcó el hábito de la lectura desde muy pequeño, ya que pasaban muchos ratos leyendo cuentos e historias como la de Tom Sayer o los tres mosqueteros.
Cuando tenía tiempo iba al colegio a contarle los cuentos a los niños más pequeños, les gustaba tanto, que cuando le veían aparecer le seguían y le cogían del pantalón sin dejarle andar. Parecía el flautista de Amelín.
Un día al salir de la carpintería, cogió la bici y se fue a dar una vuelta por un hermoso parque de la ciudad, mientras miraba los árboles, se fijó en un banco donde había apoyado un libro, paró y leyó Shakespeare, la obra de Romeo y Julieta. Lo abrió y dentro una carta. La leyó con una tremenda curiosidad.
La carta decía así:
¿Me ves?, ¿Me escuchas?, ¿me presientes?. Me llamo Deli es un diminutivo que viene de Adela. Tengo 16 años, sueño contigo todos los días. Paseamos por un jardín muy cuidado, el sol es resplandeciente, el cielo no está totalmente despejado, hay nubes como velos que danzan con el suave viento de una tarde templada. Vamos cogidos de la mano, con la seguridad que da el amor eterno, ese que viaja por cientos de vidas y al final se encuentra. No tenemos prisa, y el camino parece haber sido dibujado solo para nosotros. Sé que eres tú, mi alma gemela. Tu piel huele a flores de bosque rociadas por la magia oculta de la entrega sin razón de ser, sin explicación. flotamos, no parece haber tiempo ni espacio y quizás tampoco haya cuerpo más allá de mi imaginación. Sé que te amo tanto y no te conozco, se que estás cerca, quizás no muy lejos.
No dejes de buscarme, cuando nos encontremos no habrá marcha atrás, sea donde sea , no terminaremos ese cruce de caminos, por que sabremos descubrirnos. Todo se parará en ese instante.
Al día siguiente Roberto y su padre fueron por la tarde a un colegio a tomar medidas para el mobiliario de un aula. Al entrar por la puerta, a Roberto le dio su padre un collejón. Estaba ensimismado mirándo  La.
Pasó la chica más maravillosa que había visto nunca, se quedó anonadado, ella también se dio la vuelta y lo que fueron unos segundos parecieron eternos, sin querer retirar la vista el uno del otro. En esa mirada, cruzaron infinitos horizontes.
Roberto paseaba todos los días con su bicicleta  a la salida de clase para ver si la volvía a ver, esperaba el toque de timbre y se escondía detrás de un abeto. Un día por fin llegó ese momento, la vio coger su bicicleta a la salida de clase, la persiguió haciéndose el disimulado. Ella pinchó y Roberto le ayudó a llevar la bici al taller de su padre para ponerle un parche, que él siempre guardaba en uno de los cajones de un mueble viejo de la oficina.
Al darle las gracias y sostener su mirada, se presentó como Adela y remarcó que le solían llamar Deli.
Roberto, se quedó pensativo, cayó entonces y  sacó de su chaqueta el libro de Shakespeare de Romeo y Julieta con la carta que siempre llevaba en el bolsillo de punto de su chaqueta, esa que le hizo su tía Mari por su cumpleaños y le preguntó si era suyo. Por supuesto ya nunca más se dejaron de querer y fueron muy felices. ¿Habían tenido que esperar muchas vidas para encontrarse? o quizás no y en otras vidas también estuvieron juntos. Lo sabían,
solo la muerte los separaba, a veces se iba uno antes que el otro y otras al revés, pero sabían que no podrían vivir sin encontrarse de nuevo. Por eso Roberto sonreía todos los días, absolutamente todos.
Sabía que solo era cuestión de morir y nacer de nuevo. De amarse cada vez más, de soñarse cada segundo y de mirarse con la profundidad de dos almas buenas, que brillaban juntas y por separado. 
Observando el abeto, volvió al 2020, cogió de nuevo el bastón con una maravillosa sonrisa e inició el paso para comprar el pan. Soñándola, como siempre. Después iría a la puerta del colegio, para verla salir y seguirla, imaginarla de su mano, de la que tantas veces habían ido juntos, recorriendo caminos.

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