sábado, 16 de marzo de 2019

12 PASOS.


12 pasos recorría mi padre día tras día mañana, mediodía y noche desde la puerta de entrada hasta el salón, 12 pasos que hacían que el aire no fuera aire y se convirtiera en algo denso con olor a alcohol y tabaco imposible de respirar. Cuándo mis ojos de niña eran capaces de intuir, de observar, de oír, de oler empecé a construir y colocar los los barrotes de una cárcel en el infierno. 12 pasos de los que continuamente quería esconderme, de los que quería escapar, pero no podía, mi mente vivía arrestada por ellos.  
Recuerdo temblar, conquistarme el pánico y el terror.
Quería luchar contra el gigante del desprecio, de la autodestrucción. La saliva parecía cemento, sentía el bloqueo y quería correr para quitarme de en medio, sentía frustración por no poder defender a mi madre del monstruo que habitaba dentro de mi padre.
Escuchar las voces, los gritos, las cosas caer y romperse en mil pedazos, a mis hermanos y a mi, se nos desquebrajaba el cuerpo, el alma. 
Deseaba volar para ser  libre, deseaba que el tiempo pasara muy deprisa para hacerme mayor, para poder huir, para poder respirar, pero el tiempo transcurría muy lento, no tenía escapatoria solo me quedaba escribir.
12 pasos que me perseguían por la vida continuamente, que me pesaron en mis pesadillas y condicionaron mis sueños. 12 pasos de querer y no poder comprender la violencia de sumirnos en la tristeza, de nublar y oscurecer nuestra infancia, con lo fácil que hubiera sido.
12 pasos llorando por no poder echar el monstruo que estaba dentro de mi padre, ese que le destruyó por completo. 12 pasos de lamentos de una madre que no pudo frenarle y que con la sumisión le dejó crecer y volverse más destructivo.
Ahora ya no lo escucho, estuve dieciocho años en una cárcel, golpeé mi cabeza contra los barrotes muchas veces. Dejé de ser niña, aprendiendo a afrontar el miedo, la violencia, la frustración y la tristeza, ahogándome con los obstáculos del día a día. Ser resiliente y menos impulsiva me costó mucho esfuerzo.
Ahora, ya escucho el canto de los pájaros, disfruto del aire que respiro y tengo la suerte de haber perdonado al monstruo que se marchó con mi padre, pero que dejó parte de él en mi.
Hoy, disfruto de mis hijos, en cada paso surgen sobre todo risas, palabras bonitas, hay estrellas y soles. Hay mucha brisa limpia de esa que acompaña al mar, un mar libre en el que me gusta chapucear y nadar.
Y a pesar de todo nunca dejé de quererte papá porque sé que fuiste una víctima del monstruo que te contagió tu padre, mi abuelo y quizás él del suyo.


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