Han pasado más de diez años desde que Mariam abrió su cafetería Café con pastas. Sentada a las tres con una taza de té negro fuma un cigarrillo de esos que se consumen con sus recuerdos, disfruta cada inhalación consciente de que el humo recorre cada vaso sanguíneo entorpeciendo la labor de transportar un futuro prometedor. En su cafetería de encuentros fortuitos y casuales se han consolidado conversaciones de lo más variopintas. Un lugar donde las personas estacionan para hablar, tomar un café, mirarse a los ojos y comunicarse, dejando pasar los mensajes del whatsapp, instagram, facebook o twitter, sólo palabras, gestos, silencios y miradas que nutren la emoción para descongestionar te de lo electrónico, de lo tecnológico, de lo fácil para entablar si se puede y se tercia una conversación, tomando un rico café con pastas.
Es una cafetería pequeña solo diez mesas pequeñas para dos personas. El requisito fundamental es que si entras y hay alguien sentado debes sentarte con esa persona sea hombre o mujer y así se van llenando las mesas, no deberás coincidir con la misma persona a no ser que a partir de ahí quedes en otro sitio para seguir conociéndote y hacer una amistad de esas que consolida la experiencia de estar juntos y el tiempo, ese que te permite conocerte bien y no por medio de una pantalla por la que no acaricias los sentidos del directo. El directo emociona, es único y no permite extralimitarte en unas perspectivas engañosas en las que precipitarse a un vacío virtual doloroso es fácil, perderse en la inocencia, en la cobardía.
Semanalmente Mariam cambia las vistas, esas sí están unidas a lo electrónico, a un ordenador central que ilumina las cuatro ventanas con imágenes temáticas que según la semana Mariam va cambiando.
Esta semana toca Manhattan, y aunque esta cafetería está en Torrelavega, Cantabria, cuándo entras aquí ves una ciudad cosmopolita, llena de extranjeros que quedan rendidos a sus pies. Entre sus rascacielos más emblemáticos destacan el Empire State. También destaca la deslumbrante times Square, y los teatros de Broadway donde Café con pastas podría ser el título de uno de estos cánticos a la vida, una comedia romántica con final féliz.
Mariam terminó su té negro apagó su cigarrillo y abrió la cafetería. Se escuchaba música Fred Asteire NewYork, New York. Todo preparado para una nueva tarde de encuentros, donde el futuro se descubría incierto y tras la entrada de cada una de las personas visitantes no abría una marcha atrás en sus vidas, ya que la experiencia sumaría gestos, miradas, olores, sensaciones, conversaciones amparadas por un vis a vis a pie de calle, donde no habría prisas para tomar café y dedicar un rato a detenerse en la conversación, en el debate, en la escucha activa.
Lucía llevaba en la ciudad solo unas horas, había llegado de Oviedo para quedarse a trabajar en una empresa de cosmética. Tras sus estudios de química y de dos máster en cosmética de regeneración celular, bioquímica hizo una entrevista el fin de semana pasado y esta mañana llegó a la ciudad para quedarse, dejó sus enseres en la pensión Cuatro Caminos y se fue a presentar en la empresa.
Una mañana de mucha tensión pero contenta, su primer sueldo serio. Sale de las oficinas y se pasea por la ciudad de regreso a la pensión, cuándo vé la cafetería Café con Pastas. se queda mirando el cartél de la entrada que anuncia: Hoy Manhattan, encuentro de la palabra. Se decide a entrar y Mariam la recibe, le da las buenas tardes y le ofrece sentarse en una mesa advirtiéndole de las circunstancias de su cafetería, podría entrar alguien en estos momentos y se tendría que sentar a su lado, para conocerse. Empezó a dudar sobre una situación tan absurda como esa, no sabía si levantarse, pero ya era tarde.
Una mañana de mucha tensión pero contenta, su primer sueldo serio. Sale de las oficinas y se pasea por la ciudad de regreso a la pensión, cuándo vé la cafetería Café con Pastas. se queda mirando el cartél de la entrada que anuncia: Hoy Manhattan, encuentro de la palabra. Se decide a entrar y Mariam la recibe, le da las buenas tardes y le ofrece sentarse en una mesa advirtiéndole de las circunstancias de su cafetería, podría entrar alguien en estos momentos y se tendría que sentar a su lado, para conocerse. Empezó a dudar sobre una situación tan absurda como esa, no sabía si levantarse, pero ya era tarde.
Lucía acepta la nueva aventura en una ciudad que a priori no parecía ofertar mucha incertidumbre o novedad pero su decisión cambiaría su mundo emocional.
Paso firme, nada más entrar se quitó su sombrero, era erguido, flaco, huesudo, pomuloso, pelo cano, nariz incipiente, labios finos y unos ojos azules tan transparente como el más profundo de los océanos, esos que por mucho que te sumerjas nunca ves el fondo. Allí estaba Lucía sin bombonas de oxígeno y sin saber si podría ahogarse.
En pocos segundos se cruzaron las miradas mientras Miriam le indicó la mesa, rápidamente cruzaron una sonrisa nerviosa quizás pero cómplice de una situación extraña. Se presentaron, el dijo que se llamaba Laro. Acababa de salir de trabajar una operación de corazón a vida o muerte, salió del quirófano y lo último que quería era ir a comer a casa, vivía solo. Ansiaba encontrar a alguien que no fuera de su ámbito para relajarse y olvidar durante unas horas tanta tensión.
Fue fácil aparecieron las palabras como las flores en primavera, aparecieron los gestos naturales de la comodidad, de la curiosidad, de la genialidad de la atracción.
Eran las siete y seguían hablando, Laro pidió a Lucía que le acompañara al hospital y le esperase hasta hacer la ronda de los operados, ella aceptó y siguieron hablando hasta las doce.
Al día siguiente su futuro creció pero juntos, no volvieron a pasar por el café de Mariam porque fueron a muchos otros para no terminar nunca de amarse con los gestos, miradas cómplices y miles de palabras que conjugaron para hacer su bonita historia de amor.
Paso firme, nada más entrar se quitó su sombrero, era erguido, flaco, huesudo, pomuloso, pelo cano, nariz incipiente, labios finos y unos ojos azules tan transparente como el más profundo de los océanos, esos que por mucho que te sumerjas nunca ves el fondo. Allí estaba Lucía sin bombonas de oxígeno y sin saber si podría ahogarse.
En pocos segundos se cruzaron las miradas mientras Miriam le indicó la mesa, rápidamente cruzaron una sonrisa nerviosa quizás pero cómplice de una situación extraña. Se presentaron, el dijo que se llamaba Laro. Acababa de salir de trabajar una operación de corazón a vida o muerte, salió del quirófano y lo último que quería era ir a comer a casa, vivía solo. Ansiaba encontrar a alguien que no fuera de su ámbito para relajarse y olvidar durante unas horas tanta tensión.
Fue fácil aparecieron las palabras como las flores en primavera, aparecieron los gestos naturales de la comodidad, de la curiosidad, de la genialidad de la atracción.
Eran las siete y seguían hablando, Laro pidió a Lucía que le acompañara al hospital y le esperase hasta hacer la ronda de los operados, ella aceptó y siguieron hablando hasta las doce.
Al día siguiente su futuro creció pero juntos, no volvieron a pasar por el café de Mariam porque fueron a muchos otros para no terminar nunca de amarse con los gestos, miradas cómplices y miles de palabras que conjugaron para hacer su bonita historia de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario