Hace 100 años Luis miraba a su padre atentamente, le relajaba observarlo mientras trabajaba en plena calle limpiando zapatos, recuerda su amable diálogo con los vecinos que solicitaban sus servicios, escuchaba todo tipo de historias, relatos cortos. Luis apenas tenía cinco años y ayudaba en casa como si fuera un adulto, cambiaba los pañales a su hermana Carolina. Daba de comer a Cristobal y a Teresa, de tres y dos años. Su madre falleció en el parto de la pequeña, y tras un periodo en el que su padre estuvo ausente, bloqueado, triste como si le hubieran dado un terrible puñetazo y quedara en el suelo semiinconsciente, sobrevivían con lo que les acercaban las vecinas, pero todo estaba sucio, oscuro. Su madre se llevó cualquier resquicio de luz.
Una mañana de enero después de haber pasado unas navidades que nunca existieron, Luis abrió todas las ventanas entro la luz y el frío, sintió un fuerte dolor en los ojos al igual que su hermano y hermanas. Salió de la casa y observó un sol espectacular, llamó a su padre que yacía en la cama boca abajo con el brazo extendido acariciando la boquilla de una botella que olía fuerte, era mágica por que Luis la tiraba todos los días y volvía a aparecer día tras día. Le llamó muchas veces pero su padre parecía perdido entre dos mundos el suyo y el de su madre, su voz ya no era como antes, apenas gesticulaba y sus besos se esfumaron con el dolor de la despedida. Se sentía inútil, fracasado, solo, incapaz.
le puso las zapatillas y le llamó una y otra vez, le gritó fuerte muy fuerte hasta que su padre ciego le miró, sordo le escuchó, mudo le habló.
Carolina lloraba como todos los días, no sabía por que lo hacía pero se sentía sin consuelo, le faltaba algo y miraba por todos lados de la habitación sin encontrarlo, solo se callaba cuándo Luis la abrazaba, y le susurraba la canción de la gaviota, esa que tantas veces le cantaba su madre, entonces se quedaba dormida soñando con ella, devolviendo le la vida, sintiendo su melena en su mejilla, acariciando su pecho y sintiendo sus latidos, esos que ya solo aparecían en sus sueños y desaparecían en sus despertares.
Luis le puso las zapatillas mientras respiraba roncando le despertó y consiguió que se pusiera de pié, su padre se quedó como una estatua mirándole, papá le dijo levanta un pié , le quitó una de las zapatillas y se la puso delante para que fuera a buscarla, después de conseguirlo, le quitó la del otro pié. Así una y otra vez hasta que le llevó al porche, y le puso una silla diciéndole papá mira el sol, míralo bien, todos los días nace nuevo, con la misma fuerza, con la misma luz. a veces tiene nubes delante que no nos dejan admirarlo, pero siempre está ahí, da igual que el cielo esté nublado o llueva, él siempre sale para iluminarnos, para darnos energía. Papá le dijo Luis mamá siempre estará ahí, aunque no la veamos, ella nos dará energía para salir y afrontar un nuevo día con lo que tenemos. El padre le dio la mano, le miró a los ojos y le abrazó.
Al día siguiente bien temprano, salieron a recorrer las calles, limpiar zapatos y escuchar historias.
Luis escribió un precioso libro de historias y se lo dedicó a su padre y a esos pasos que dio aturdido por el alcohol y el dolor hasta la ventana para cambiar el rumbo de sus vidas.
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