miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL COLE DE DANIEL

Daniel, solo tenía ocho años y ya lidiaba con lo más difícil la soledad, todos los días escuchaba aterrado el timbre de entrada, su abuela María le dejaba en la fila de 3ºA, se sentía muy grande por que era alto, mucho más que sus compañeros de curso, lo que le hacía sentir muy incómodo, desde las alturas observaba todo su alrededor con el miedo aterrador de estorbar, de no pintar nada, de no tener nada que ver con lo que allí ocurría, no sabía donde mirar, le molestaban sus manos y si miraba su pies los veía gigantes, en ellos tropezaban algunos niños y le increpaban por ello, como si lo hubiera hecho a posta. No veía el momento de hacerse mayor, y de no pertenecer a esa clase, a esa edad, a ese colegio. Sufría una angustia que se le metía por los huesos, un miedo que le aterraba por las noches cuando terminaba de cenar y sabía que al irse a la cama se repetiría una y otra vez el viaje en el coche y la temible parada en la puerta del colegio.
Como todos los días Daniel terminó su cena y mientras su abuela acostaba a su hermano pequeño, se metía en la cama y susurrando una melodía se mecía suavemente hasta que sus ojos se iban cerrando y su respiración se hacía lenta, muy lenta. De pronto apareció su abuela como todos los días le despertaba con un beso en la mejilla animándole para que fuera al cole contento, Daniel se agarró fuerte a su abuela, tan fuerte que le costó separararse de ella. Se vistió y se tomó el desayuno. Llegó su tía para cuidar a Martín su hermano y Daniel se montó en el coche con su abuela pero cogieron un camino distinto, Daniel preguntó por qué, pero  María hizo oídos sordos, llegaron a la puerta de un colegio, bájate Martín dijo la abuela, el niño abrió la puerta del coche y empezó a escuchar la melodía con la que se mecía antes de dormir y se sintió bien, salieron unos niños sonrientes a recibirle con los brazos abiertos, Martín miró sus manos y las vio de un tamaño normal, lo mismo hizo cuando observó sus pies, los niños no tropezaban en ellos. Se despidió de su abuela alzando la manita y entró en el cole. Los niños le llevaron a un aula donde se sentaron en corro de la mano. La profesora sonriente dijo que se llamaba Dulce e hizo que se presentaran todos los niños, uno detrás de otro fueron diciendo sus nombres y acto seguido esta frase: tengo un sol dentro de mi y quiero compartirlo con vosotros. Daniel se sintió relajado y tranquilo, estaba felíz, jugó con sus compañeros en el recreo como nunca lo había hecho. Sonó la melodía de nuevo, esa con la que se mecía cada noche y vio a su abuela esperándole en el coche, le dio un beso y no paró de contarle todo lo que habían hecho esa mañana. 
Daniel iba al colegio de siempre por la mañana, allí se encontraba etiquetado, angustiado, bloqueado, miedoso, solo y triste. Pero por la noche cuándo cerraba los ojos se mecía en esa preciosa melodía con la que se dormía y creaba su propio colegio, ese donde el sol lucía en cada uno de sus compañeros y todas las noches le recibían con una preciosa sonrisa y dulce siempre dulce.

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