Las palmeras que nacen en los desiertos se muestran diversas cada una tiene una altura, un grosor, unas ramas, todas son bonitas, no las llamamos de manera diferente por ser distintas, se encuentran cómodas en su entorno y no se las califica con conceptos que les den menos valía o se las encorseta como raras. ¿Por qué lo que no ocurre en un desierto nos ocurre en nuestra sociedad?.
El viernes acudí a un Foro de educación sobre inclusión, y no se paraba de hablar de discapacitados, el concepto en sí determina que discapacitado es el que tiene falta de capacidad para conseguir avanzar dentro de lo que consideramos lo normal. ¿No seremos nosotros los discapacitados, los que no sabemos dar respuesta a una sociedad diversa, donde la naturaleza produce cambios en la generación de individuos y no procuramos que estos se sientan tan integrados como el resto, que no sean mirados de manera diferente por que damos respuesta a cualquier diferencia.
Me preocupa que mis cuatro hijos sean realmente discapacitados y no sean capaz de ver que todos los seres que comprendemos nuestro entorno valemos lo mismo da igual que tengamos una pierna más o menos, que nuestro cerebro comprenda más o menos, que nuestros ojos aprendan gracias a ver o quizás a imaginar, que nuestros desplazamientos se hagan a pie o en silla de ruedas.
Somos una sociedad de discapacitados incapaces de dar respuesta a la diversidad con normalidad, de preparar a nuestros hijos en el amor, en la empatia, en la compasión, en la igualdad desde la diferencia.
No entiendo por que una familia debe sufrir tanto cuando tiene a un hijo que no se considera normal. por que no tiene todos los recursos por humanidad que tenemos el resto, es obligación de todos que todos tengamos derecho a vivir con dignidad y que no sea solo por nuestra capacidad aparente de producir.
Se me cae la cara de verguenza como parte de la sociedad que soy, que a las personas que no se les facilita la vida tengan que pedir caridad, que tengan que suplicar ayuda, recursos e inclusión.
Se me cae la cara de verguenza cuando quieren que incluyamos a base de exclusión, que nos dejemos llevar por lo que viste, por utilizar a los más débiles para limpiarnos un cutis social muy podrido.
Si realmente hubiera emoción, si realmente hubiera humanidad todo esto estaría normalizado de origen y sería frecuente ver a todo tipo de gente en todo tipo de sitios y nuestro hijos no nos preguntarían asustados ¿mamá que le pasa a ese niño?, o ¿que le pasa a ese señor?, entenderían que todos somos producto de la naturaleza y que todos somos iguales, exactamente iguales.desde la diferencia.
No nos llamaría la atención el físico de Stephen Hawking, ni si un síndrome de down que llega hacer una carrera o desempeña cualquier oficio para el que es competente. No debería ser un esfuerzo unicamente del individuo ni desde luego de sus familias si no el esfuerzo sería de todos para todos.
Somos egoistas, profundamente egoistas, y mientras no nos toque a nosotros, bailamos a nuestro ritmo, y el resto que se las apañen como puedan.
No me siento incluida en una sociedad así, aunque pertenezca a ella, quizás mi problema es que realmente soy una discapacitada y cuando escribo me siento bien. Mientras tanto seguiré como muchas otras personas intentando sobrevivir en un desierto donde las dunas son escaleras, y los atardeceres son muros de piedra llenos de musgo donde apenas se adhieren las palabras, que visten que aparentan que dicen pero que no hacen.