Ahora vivo en una playa, me tumbo en la arena blanca a observar e introducirme en mi interior como un caracol, sin tener que hacerlo por que tenga miedo. Escucho las aguas que vienen hacia mi y retroceden con un ritmo académico, además le acompasa la brisa que acaricia mi piel y ayuda en cada inspiración a sumergirme más en mi misma, disfrutar de las pausas. Cuando llega la espiración, mi cuerpo se traslada al mar, mejor dicho es un océano lleno de agua salada, ese que hidrata mis surcos y cura mis heridas, donde mi cuerpo es mecido como los restos de una embarcación, eso es lo que queda de todos estos años, pero realmente es lo mejor, es lo que ha sobrevivido a fuertes mareas y tempestades. El agua donde floto, donde a veces me sumerjo, no tiene muchos seres vivos, solo los que yo he elegido, los que me ayudan a decorar esta playa por su color, su grácil nadar, por su sonrisas, y su manera positiva de encarar la vida. El sol siempre me acompaña y es el único que me intimida al mirarlo, me obliga a cerrar los ojos o mirar hacia delante pero siempre observando donde estoy y voy en cada paso, disfrutando del instante en el que vivo, momento a momento.
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