martes, 27 de octubre de 2020

EL TANQUE


 La explosión destrozó la parte de arriba del tanque. Se escuchó el silencio, las voces intentaban atrapar sus oídos, pero parecían venir de otra dimensión. Su corazón estaba parado y la sangre se pegó a los lados de sus arterias y venas dejando de circular. Parecieron desaparer órganos importantes pero su piel permanecía sonrojada y caliente.  Soltó la mano de su madre, estaba perdido entre tantos cuerpos algunos corriendo y otros tirados por el suelo, huyó y se metió debajo del tanque reventado, se hizo un ovillo temblando, en shock, paralizado.

Escuchó los gritos de su madre y el llanto de sus hermanos,  pero no alcanzaba a verlos. Seguía temblando cuando pareció oír la nana de su abuela Jasmina, tan dulce y melódiosa, esa canción,  le aisló de todo. Entonces se durmió como si estuviera en la mejor cama del mundo. Su respiración era profunda ajena a todo lo que le rodeaba, plácida y suave. Un perro se acercó y lamió su  cara pero siguió dormido nada parecía molestarle. Ni los gritos, ni las ambulancias, ni la policía, ni los llantos medulares, ni la sangre vertida generosamente sobre el suelo.

Una mosca recorría su cara y al parar en su ojo derecho, la espantó con su pequeña mano, de manera instintiva. Abrió los ojos y empezó a ver pies descalzos, botas militares. Un chorro de agua limpiaba la calle. 

¡Amin, Amin.....Amín! No distinguía quien a gritos desesperados le llamaba, hasta que vio las babuchas blancas de su abuelo Akram. Salió a gatas y se abrazó a sus pies, su abuelo lloró y lo apretó en sus brazos queriendo fundirse con él,  para no separarse jamás, solo se tenían el uno al otro.

Solo otra bomba los podría distanciar. Corrieron tanto que no volvieron a escuchar su viento, su cielo, su paisaje y aunque encontraron un nuevo viento, un nuevo cielo y un nuevo paisaje nunca perderían la vida que les quitaron, ya estaba en su sangre, tatuado en sus almas valientes.


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