lunes, 11 de febrero de 2019

LA NUBE DE ELOY

Eloy vivía en una nube muy esponjosa, en ella estaba muy a gusto, allí se respiraba bien no se escuchaba la respiración de nadie, estaba todo insonorizado, desde allí veía pasar a la gente de la calle cuándo cogía el bus del cole. Cuándo llegaba al cole observaba como si de una peli se tratase el murmullo aparente de la entrada al instituto, parecía otra dimensión, esa que nunca traspasó por miedo. La vida le había enseñado a temerla, y miraba con recelo cualquier símbolo de relación, confiar no entraba dentro de su lenguaje. Lo más íntimo y familiar le había traicionado en distintas ocasiones y prefería mirar la vida desde la nube, un sitio muy cómodo donde no era perceptible a los demás, solo al silencio. Ese silencio que le permitía escuchar las batallas que se urdían en su interior.
Era jueves y Eloy recorrió el largo pasillo del instituto hasta llegar al sitio equis donde siempre se sentaba observando el ir y devenir de chavales, el sueño le fue llevando a un viaje muy lejos del suelo, recorrió en su nube muchos kilómetros hasta que su nube se paró encima de un suelo verde iluminado por un arcoíris muy alegre de esos que los niños dibujan siempre para creer en la esperanza, en el juego alegre de la vida. Decidió bajar y de entre los aros de colores salió un Eloy adolescente, caminaba firme y con una sonrisa le agarró de la mano y lo llevó por un camino de árboles distintos, arbustos increíbles, montañas, acariciaban a todos los animales que con ellos se paraban y jugueteaban con ellos. Después Eloy se vio solo y entre los árboles apareció un Eloy adulto con dos niños, le dieron la mano y caminaron. Perplejo no paraba de mirarse en su madurez, como trataba a sus hijos, como les explicaba todo lo que veían, como los besaba y lo divertido que eran los juegos. También desaparecieron y de pronto vio llegar a un Eloy mayor, anciano, viejo caminaba seguro con una anciana al lado, se les veía felices, a veces se besaban, otras iban de la mano y otras se abrazaban. Le miraban con cariño y mucho amor, al despedirse le dieron un abrazo y le dejaron en su nube.
Eloy se despertó, faltaban diez minutos para que empezaran las clases y tocara el timbre, corrió hacia la biblioteca y buscó el camino del arcoíris, buscó los árboles que había visto, buscó las montañas, se aprendió cada uno de los detalles de su sueño, y aprendió a sonreír como lo hacían los niños con su padre, a jugar. a dar la mano y a buscar sin anhelo el paisaje de sus sueños.
70 años después paseaba con su amor por un jardín lleno de sauces, recordando ese sueño del cole, un sueño que marcó su vida para siempre.

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