El autobús que nos llevaba al instituto es de la empresa García. Todos los días lo cojo a las ocho y cinco. Subo y ahora me siento solo en el asiento treinta y dos. Antes el treinta y uno lo ocupaba Iván, pero dejó de venir cuando le sorprendió una de esas enfermedades que solo nombrarla te paraliza el alma, te sucumbe el miedo y te invaden los porqués. Se convirtió en el centro de atención de toda su familia, todos se volcaron en él. le ayudé en todo lo que pude para que no perdiera el ritmo del curso, le pasaba apuntes y me ofrecí hacer los trabajos con él. Durante ese tiempo dejó de sufrir los comentarios crueles y violentos de algunos de sus compañeros y de otros alumnos del centro, que esperaban todas las mañanas su llegada para dejarle en apnea, bloquearle y desahuciar su autoestima. Aquella risitas de los pasillos, cuando pasaba o los balonazos en el patio. Era un valiente y yo un cobarde, nunca supe como defenderle temiendo ponerme en el punto de mira, que alguien se girase y cambiara el foco de atención, esta vez podría ser yo.
Iván era muy lector y compartimos muchos títulos de libros y novelas de autores como Nando lopez o Eloy Moreno. Su libro preferido era Invisible, era lo que más deseaba en el mundo desaparecer.
Mi abuelo dice que ser maricón es una enfermedad y que con dos buenas ostias se quita, ojalá las ostias que nunca fueron buenas quitaran las enfermedades de aquellos que se piensan sanos y están muertos de sensibilidad y afecto. Mi cobardía iba en aumento, cada día que pensaba en él, lo hacía con admiración.
Iván se lo dijo a sus padres en sexto de primaria, ellos ya lo sabían y le abrazaron por ser Iván, por ser ese hijo que tanto anhelaron y quisieron, ese que se esfumó como lo hace el tiempo, convirtiéndole en un recuerdo.
Me quema no poder hacer lo mismo, no tener la valentía de contarlo, de ser auténtico, de no ir de nada de lo que no soy. Temo que mis amigos me den de lado, que me eliminen de sus vidas por ser gay. A veces cuándo me acuesto se me caen las lágrimas, inundando la almohada de frustración, una cárcel que no me deja ser feliz.
El autobús era nuestro punto de encuentro. y nuestra despedida al salir de él, no quería que me relacionasen con Iván, tenía mucho miedo. Me sentía tan mal protagonizando una película que odio. Suplicaba cada noche que todo cambiara sin deparar que el cambio debía empezar por mi, por mis decisiones, libres de ese terror.
Lo añoro tanto, esa complicidad solapada que teníamos. El día que me dijeron que había muerto, fui al puente del embalse, me subí en él y cuándo quise volar, desaparecer apareció su rostro en el agua, me sonrió y susurró: ¡Eres dueño de tu destino!. Entonces me sentí pleno, sentí que me regaló su vida, me sentí fuerte y valeroso y sentí su perdón. Me bajé de aquel puente para ser otro, encontré un nuevo rumbo y él siempre será mi brújula.