Nadie me aviso que tras el llanto, habría silencio y los ojos que me contemplaban con admiración se tornarían violentos, agresivos, tristes.
Nadie me avisó que el mundo en el que desperté, podría tambalearse como el terremoto más intenso y desolador, cruel y malvado.
Nadie me avisó que el barco en el que embarqué, un barco de lujo, lleno de expectativas, se hundiría como el Titanic. Pude ver el fondo y no me parecía tan malo, caer fue lo mejor del ocaso, de la incertidumbre. Ver en lo profundo me dio fuerzas para impulsarme... pero nadie me avisó.
Nadie me avisó que ese llanto no sería el único, que irrumpí fuerte en un mundo que noquea cuando menos te lo esperas, que anestesia cuando más espabilado estás, que te hace derrumbarte en plena carrera triunfal, que te pone un muro de hormigón para taparte un bonito horizonte.
Nadie me avisó que perdería el ego amando, que lo daría todo por amor, que la mayor renuncia sería el mejor regalo.
Nadie me avisó que tendría que superar el barrizal de la soledad, el frío, la tormenta, la lluvia que empoza sobre mojado.
Nadie me avisó que tras la primera inhalación al nacer, tendría que aprender a respirar para no ahogarme.
Nadie me avisó que la vida me conquistaría cuando acababa de rendirme.
Nadie me avisó que cerraría los ojos para no ver en la oscuridad, para no sentir en un cuerpo ni una mente, para pertenecer a una divina energía que abandonaría un cuerpo para no estar pero permanecer en cada uno de los que alguna vez me rozó y me sintió cerca.
Nadie me avisó de nada.