sábado, 22 de diciembre de 2018

FELIZ NAVIDAD.

Elena entró en la habitación de María como todas las mañanas. Una habitación pequeña con vistas maravillosas a unas montañas llenas de árboles y un frondoso bosque cántabro. Ella esbozó una generosa sonrisa de bienvenida, tenía ganas de verla, sabía que su presencia era corta pero la deseaba ver todos los días. Elena es cariñosa de movimientos suaves y de voz aterciopelada, le trae el periódico que revisan y leen las dos mientras comentan lo que les genera más interés. Nada de noticias rosas sólo los sucesos y algo de política. Nunca resuelven nada, pero se encienden con la impotencia de un noticiario que se recrudece cada vez más. 
María ya está vestida y arreglada, hoy más que nunca por que es 24 de diciembre y viene su hija Angelita y sus nietos a llevársela dos días. Está contenta de recibirlos y mantiene su sonrisa de lado a lado de su  pequeña y arrugada cara. Hoy el café le sabe mejor que nunca, y se siente muy feliz, rompe la monotonía de todos los días, la tela  de su chaqueta de terciopelo acaricia su cuello, dos enormes anillos sobresalen de sus flacas manos, y quizás sus taconcitos gruesos le hacen tambalearse un poco al ponerse de pié  pero no le importa todavía tiene carácter para andar con seguridad y con semblante de mujer de raza. Nunca se le olvidó lo que decía hace más de 60 años la matrona que le asistió en los partos Doña Marisol, tú eres una mujer de raza, nada más hay que verte empujar, esa criatura no tiene más que dejarse llevar. 
En su vida todo había sido lucha interna y externa, y en cada arruga había una experiencia tan sabía que no titubeaba en ninguna de sus decisiones, ahora se trataba de aprovechar ese tiempo con los que rutinariamente nunca veía, de observar como crecían y sentirse orgullosa de lo que había sembrado. ocho hijas independientes, y 18 nietas, todas tenían algo de ella, unas el pelo rizado, otras los ojos azules, las manos delgadas y largas  y algunas las esbeltas piernas, tan bonitas que aún en zapatillas de casa parecían llevar tacones de 15 centímetros. Una estirpe que le llenaba de satisfacción. 
María tenía su sitio en casa de su hija Angelita, una silla victoriana y desde allí disfrutaba de las idas y venidas de toda la familia, de aquellos que le daban conversación y disfrutaban de recuerdos que todavía quería contar  y de sus silencios. 
El día de navidad cuándo Elena entra en la habitación María ya está vestida, la abraza y la besa. Elena hoy entra sin el periódico sabe que hoy toca hablar de familia e intercambian los ambientes y conversaciones vividas y disfrutadas la noche buena y la comida de Navidad. Entre ellas hay mucha química además de un cariño que se encendió nada más verse, juntas comparten sus historias, las de hoy son suyas no son las del noticiero, agarradas de la mano y mirándose a los ojos, entregadas intercambian sensaciones y emociones. 
Cuándo Elena sale de la habitación, María baja a tomar su café, ese que no le sabrá como el de navidad, ni como el de nochebuena pero sigue siendo ese café tan íntimo que se toma todos los días.


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