Erase una bruja sin cara.
Hacía maravillosas pócimas que ayudaban a las personas que a ella acudían, buscando soluciones a sus problemas, pócimas personalizadas, les hacía escupir en su gran olla, les cortaba un mechón de pelo y allí también lo echaba, un trozo de sus ropas, y un calcetín o un zapato, le daba a todo vueltas con su enorme cuchara, y al final metía al paisano o paisana dentro. El liquido era oscuro y burbujeaba por la magia, después de varios giros de cuchara la bruja tapaba la olla y el señor o señora salían extasiados levantando la tapa, estaban contentos de haber conseguido salir de allí, el problema que traían se había vuelto una nimiedad y agradecidos a la bruja la daban miles de besos, tantos le dieron durante años que a la bruja se le borró la cara, apenas quedaban la huella de sus ojos y la abertura de su boca, pero ella no lo necesitaba, su escoba la guiaba y hablaba con el alma .Siempre había en el camino hacia su casa una larga cola de fervientes creyentes de su magia, que incluso pernoctaban para encontrar espacio a sus suplicas de una solución.
cuando le visitaban enfermos metía en la olla a los acompañantes, cuando le visitaban padres con hijos, metía siempre en la olla a los padres, y todos la besaban, y le acariciaban dando gracias por tanto consuelo.
Un día la bruja desapareció, la buscaron por todos lados. Nadie supo más de ella, y su casa se convirtió en un centro de peregrinación, donde los que allí iban encontraban un sosiego que les permitía volver con los mismos problemas con los que partieron pero con la capacidad de solucionar. Algo que la bruja les enseñó y que se esparció como la pólvora, las soluciones están o deben emerger dentro de ti.